sábado, 28 de junio de 2008

De amor y de muerte

Foto: Ana, en el centro, con chal verde; a mi izquierda, José Luis; a mi derecha, Serafín


Serafín se ha ido, nos ha dejado, en silencio, sin avisar. La muerte lo sorprendió en su cama, no sé si con o en contra de su voluntad. Supongo que nunca lo sabré.

Serafín tenía un pub. Mi amigo José Luis y yo lo descubrimos una noche, hace 9 años, buscando un bar de copas tranquilo donde pudiéramos hablar sin una música que nos tapara la voz, sin el bullicio de un viernes por la noche.

Un local kitsch, con ramos de flores artificiales y estilo inglés; kikos y pipas a las 2 de la madrugada y revistas del corazón por si queríamos leer en vez de hablar; Serafín atendiendo amablemente a su clientela, haciendo de sus clientes amigos y presentándonos unos a otros, un perfecto relaciones públicas. Antonio, su pareja desde hacía más de 30 años, sentado en un extremo de la barra, oscuro, triste, huraño, polaridad opuesta de Serafín.

Nos acostumbramos a acabar nuestras veladas en el Pub Las Américas. Poco a poco Serafín pasó de anfitrión a amigo. Al irnos, yo siempre tenía una flor en la mano (ésta natural). Era como estar en casa. Acabamos por llegar a sacarnos los zapatos e instalarnos como en el salón de nuestro propio hogar.

Además de nuestras privadas conversaciones, siempre había un espacio para discutir de política, de cine o de lo que fuera con Serafín, hasta tiradas de tarot y diversos esoterismos. Todo entraba en el Pub Las Américas. Nos presentó a abogados, aventureros que vivían en un barco, propietarios de restaurante, brujas y un sinfín de variedad de gente que acudían al pub de la misma manera que lo hacíamos José Luis y yo, por el don de gentes de Serafín, por su amabilidad, por su labia, por el ambiente que lograba imprimir a su bar, una isla de tranquilidad en el centro de un barrio de copas ruidoso.

Hace dos años nos dijo alegremente que se había casado con Antonio. Antonio estaba muy enfermo y, para poder atenderlo y cuidarlo sin interferencias de la familia, había arreglado todos los papeles para que un juez de paz fuera al hospital a casarlos. Fue uno de los primeros matrimonios homosexuales que se celebraron en Barcelona. A los pocos meses, Antonio murió.

Serafín no levantó cabeza. Seguía llevando el bar con la misma simpatía de siempre pero ya no compraba ramos de flores naturales. Cuando encontraba un momento de tranquilidad, se sentaba con nosotros y lloraba. Decía no soportar la ausencia de Antonio y me preguntaba: Ana, dónde está mi niño? dónde está mi Antonio? Necesito saberlo, necesito saberlo!

Le ponía mi mano en su corazón y le decía: está aquí Serafín, está aquí, no lo busques en ningún otro lado.

Y redoblaba sus lágrimas, me abrazaba y yo lo abrazaba, dejándolo llorar.

Nos contaba que su casa seguía como el día que Antonio murió en sus brazos. No había tirado ni el cepillo de dientes, no podía. Dormía en la cama de Antonio, con su adorada gatita, Meri. Tenía un retrato de ella en el bar.

Nos decía que su vida ya no tenía sentido, que nunca podría amar a nadie como había amado a Antonio; que cerraría el bar y se iría.

Mis hijos organizaron mi fiesta sorpresa de cumpleaños en el bar de Serafín. Me encantó que fuera allí y lo dije: no podrían haber escogido un lugar mejor, celebrar mis 50 años con mis amigos en el pub de mi amigo Serafín. Él me adoraba y sé que hubiera hecho cualquier cosa por mí. Como dice José Luis, Serafín vibraba conmigo.

Lo ha hecho. Cerró el bar y se fue. Con su querido Antonio y con Meri, la gata.

Vimos a Serafín hace 3 semanas. Al irnos, salió a la calle con nosotros y volvió a llorar, abrazado a mí.

Este miércoles pasado mi hija salió a cenar con una amiga y decidió ir a tomar una copa al pub Las Américas. A media noche me llamó para decirme que el bar estaba cerrado y había un cartel que decía:



Misa-funeral por Serafín


2 de Julio 2008


Iglesia de San Antonio


Barcelona


Llamé enseguida a José Luis que vivía cerca. No sabía nada. Los dos nos encontramos delante del bar y nos quedamos mirando el local cerrado, con sus rejas, todo oscuro y el cartel blanco colgando de la puerta, en silencio, intentando que la noticia entrara, como dos niños pequeños ante la puerta de casa, cerrada para siempre.


Estuvimos dando vueltas por el barrio a la 1 de la madrugada, intentando encontrar a alguien que nos aclarara algo más. Finalmente, un chico salío del edificio a pasear al perro. Le preguntamos si conocía a Serafín, nos dijo que sí. Había muerto hacía 3 semanas (el mismo tiempo que hacía que no lo veíamos....¿habrá muerto la misma noche que nos despedimos de él, llorando en la puerta del pub? Un día no abrió el bar, sus habituales se extrañaron y llamaron a la policía. Entraron y lo encontraron muerto en la cama. ¿Motivo de la muerte? No lo sabemos.

Llamaron a su familia de Andalucía, vinieron a buscarlo para enterrarlo ahí, mataron a la gata (¡mataron a la gata!) y se fueron. Final de la historia.

Sólo nos queda la misa-funeral del 2 de Julio y mirar entre las rejas del bar para vislumbrar un espacio en el que pasamos horas y horas de confidencias, complicidad, risas y lágrimas con José Luis, con Serafín y con personas que probablemente no volveremos a ver nunca más. Ahí queda el recuerdo de mis 50 años entre amigos, con mis hijos.

Serafín ya sabe donde está Antonio. Por fin vuelven a estar los 3 juntos. Serafín, Antonio, Meri.

Y yo pregunto: Serafín, ¿dónde estás? y una voz me contesta: mira en tu corazón. Y arranco a llorar, sintiendo un calorcillo, como si alguien pusiera una mano en mi corazón.

Nunca sabemos cuál va a ser la última vez que veamos a alguien, que lo abracemos, que tengamos la oportunidad de decirle: te quiero, eres importante para mí.

No quiero volver a cometer ese error. Quiero decirles a las personas importantes en mi vida que las quiero, quiero arriesgarme a abrir mi corazón y sentir el calor del amor, unido ineludiblemente al dolor. Descubrimos que amamos cuando sentimos el dolor de la pérdida o de la posible pérdida, pero nos olvidamos o no queremos pensar en esa pérdida, en la posibilidad de que esa sea la última vez que podamos abrazar, besar, expresar nuestro amor.

Por eso, aquí y ahora, quiero expresar a los bloggers que habitualmente me leéis y a los que leo:

Aunque últimamente apenas escribo, aunque ya no entre a leeros desde hace tiempo, aunque no conteste a vuestros comentarios, por la simple razón de que mi vida me lleva hacia otros senderos y priorizo mi vida real ante la virtual, os tengo presentes en mi corazón y cada uno de vosotros, de todos los que he mantenido un contacto más o menos regular, habéis influido en que yo sea la que soy actualmente.

Iria, mi querida Isabel; Desesperada, comprometida y viva; Wilde, introspectivo; Irreverens entrañable (espero impaciente esa copa en primera persona); Tootels, la alegría de la huerta, tierno aunque vaya de duro; Mariano zurdo y sus bellos escritos, ; Monik y su simpatía; Verónica, con sus haikus; Marta G. Brea, luminosa; Vilo, amigo; Kitt, mi querido Kitt; Meiga, con tus increíbles relatos alaskianos; María, siempre alentadora; Alan Murray, tierno que despierta mi lado oscuro.


Dedicado a Serafín, que no supo vivir sin amar, que amó hasta morir.


jueves, 19 de junio de 2008

El lado oscuro

Señoras y señores, me paso de bando, me voy al lado oscuro. De trabajadora social a excluida social, justo hoy que acabo de llegar de una jornada sobre inclusión social que ha organizado la Diputación de Barcelona.

Estoy hasta los mismísimos ovarios de trabajar por un sueldo mísero ayudando a gente etiquetada de excluídos sociales, proporcionándoles a veces recursos que ni yo misma tengo para que llegue la declaración de renta y me peguen un palo que me ha dejado seca, tanto que voy a tener que pedir un crédito para pagar a los ladrones de hacienda. Sí, me siento robada, estafada y gilipollas.

Este año, mi situación fiscal y las "circunstancias" están todas en mi contra, es decir, he trabajado demasiado, mi hijo ha cumplido 18 años y mi hija ya tiene 23 años, lo cual parece significar, para hacienda, que ya no son hijos míos, que no comen, ni estudian, ni se duchan, ni se visten ni viven bajo mi mismo techo, aunque la realidad sea diferente. Ya no forman parte de mi núcleo familiar y ya no consta que estén a mi cargo ya que por unos mínimos ingresos que tienen han de hacer ellos también declaración de renta. El alquiler de mi piso no me desgrava nada, ya que en este puto país si tienes dinero para pagar un piso y una hipoteca, te premian con una desgravación, pero si tienes la desgracia de no poder comprar una vivienda, te penalizan sin desgravación fiscal por el alquiler, o sea, mejor ir a vivir debajo un puente y que se haga cargo de mí los servicios sociales y que paga rita la cantaora, es decir, los contribuyentes que, como yo ahora, son sableados por el gobierno.

O sea, trabajo como una gilipollas por un sueldo de mierda, no llego a final de mes o lo hago con muchas dificultades, tengo a mi cargo dos hijos en edad de estudiar, huérfanos de padre, estoy sola con todas las responsabilidades que eso supone y para los señores de hacienda es como si todo lo que gano fuera para mí sola y viviera del aire y en el aire.

Fantástico.

Lo que me provoca todo eso, aparte de un cabreo monumental y una gran sensación de impotencia, son las ganas de estafar y de robar a los que me están robando, al más puro estilo Robin Hood. Me he dado cuenta de que no me interesa tener un contrato de trabajo con el máximo de horas, ya que cobro una miseria y encima, cuando hago la declaración, no puedo pagar lo que me piden. Mejor me quedo en casita haciendo ganchillo y macramé y trabajo en negro.

Estaba tan rabiosa volviendo a casa en el tren tras haber hablado con la abogada que me hace la declaración que no he matado a un niño y a su madre por puro instinto de conservación (mío, claro). Estando yo sentada se han subido dos madres con dos niños de 3 añitos más o menos. Quedaban 2 sitios libres en el espacio de 4. De entrada, he alucinado al ver que las madres sentaban a los niños y ellas se quedaban de pie, cuando para mí lo lógico hubiera sido que se sentaran ellas y pusieran a los niños en sus rodillas. Los niños, especialmente uno de ellos, no paraba de gritar y ponerse de pie en el asiento y su madre, con una parsimonia pasmosa y una dulce voz le decía; no Tomás, de pie no y no grites. A lo cual Tomás respondía con más gritos, más fuertes y más pataleos encima del asiento.
Las madres han decidido intentar calmar a los niños haciéndolos cantar. Cuando he oído la propuesta, casi me da un chungo. Sólo me falta que se pongan a cantar para acabar de rematar el asunto. Pues sí, se han puesto a cantar y Tomás seguía gritando y pataleando.

Mientras, yo me esforzaba por mirar por la ventana y sentía como mis mandíbulas se iban apretando del cabreo que ya llevaba encima más el incordio de Tomás y compañía. No sé si me ponían más nerviosa los niños o las madres. Tanto da, el conjunto en sí me crispaba hasta hacerme sentir una asesina reprimida.

Y ha llegado la culminación: Tomás se ha puesto a gritar aún más fuerte, moviéndose como un gusano con patas y ahí ya no he podido más. He girado la cabeza, he mirado con cara de odio mortal al niño y después a la madre. Tomás se ha callado de golpe y la madre ha declarado que como estaba molestando mucho, aunque no fuera su parada, se bajaba del tren.

Y así lo ha hecho. Lástima que no se hubiera bajado antes, ya que a la siguiente yo también me bajaba.

En momentos así descubro una vena agresiva y violenta en mí que me asusta un poco, aunque prefiero conocerla y sacarla de alguna manera que dejarla dentro sin saber que existe, campando a sus anchas y haciendo de las suyas cuando menos me lo espere.

El lado oscuro.

lunes, 9 de junio de 2008

Dar y recibir

Dar y recibir. ¿Cuántas veces he oído, leído y dicho esta frase a lo largo de mi vida? Muchas, miles tal vez. El equilibrio está en dar y recibir. Pero, ¿cómo se hace eso? ¿cómo se calibra lo que doy y lo que recibo? ¿Cómo se encuentra y se decide si doy más que recibo o recibo más que doy? ¿No depende eso de la percepción de cada uno? ¿Y si la percepción no coincide, que es lo que suele suceder?

Me viene a la mente el significado de "recibir" en el sentido de acoger a personas en mi casa, para una cena, amigos invitados a pasar unos días, etc. Recibo en mi casa, acojo, ofrezco un espacio, un tiempo, unos alimentos, una cama, un techo, unas comodidades. Recibo dando.

Creo que aquí está el quid de la cuestión. Recibir es dar y dar es recibir. En realidad es lo mismo. Es el encaje, la sincronización, el acoplamiento de ambas cosas en el mismo momento.

Si sólo doy, si me empeño en que sólo sea en un sentido, en el de dar y nunca recibir, la consecuencia, antes o después, es el final, el vacío, la muerte. Supongo que al revés también, pero ahora me centro en lo que me pasa a mí.

La base de mi carácter neurótico es el orgullo. Orgullo de no mostrar nunca mi necesidad. En realidad, de ni tan siquiera contactar con ella. Yo no necesito. Sentir que necesito es muy doloroso para mí pues es aceptar que soy vulnerable, que soy frágil en determinados momentos, que necesito a los demás y si eso es así, me arriesgo a que me hagan daño, a que me hieran, a que me abandonen. Por lo tanto, mi mecanismo de defensa neurótico es ignorar mi necesidad y poner en marcha otro mecanismo de defensa: la proyección.

Me gusta mucho una metáfora de la proyección: la del cine. Ahí hay una habitación muy pequeñita y oscura donde un aparato hace girar la película y la proyecta, a través de un pequeño agujero a la gran pantalla de la sala grande, donde todos nos sentamos a ver esa película. Así funciona en nosotros ese mecaniso de defensa. Hay cosas en nosotros, en un cajón oscuro y cerrado, que no somos capaces de ver (el inconsciente) y sale por una rendija hacia el exterior, proyectándose en los demás. Los demás son esa gran pantalla donde vemos reflejado aquello que no somos capaces de ver en nosotros mismos por ser demasiado doloroso de aceptar.

He descubierto que lo que yo hago es proyectar mi necesidad en los demás. Como soy (era) incapaz de contactar con ella, la veo en los otros y me lanzo a ayudar sin pensármelo dos veces y sin esperar a que me lo pidan. Al dar mi ayuda, me siento útil e intento hacerme imprescindible para el otro y así recibir lo que necesito sin tener que pedirlo, sin expresar mi necesidad. Como no soy consciente de ello, si el otro me rechaza, rechaza mi ayuda o no me corresponde, me siento abandonada y tacho al otro de ingrato. En realidad es una actitud manipuladora.

Cuando tengo el impulso de abrazar a otro, la cuestión es ser consciente de si lo abrazo porque creo que el otro lo necesita o porque yo lo necesito. Si es la primera opción, por un lado eso es prepotencia, dar por sentado que el otro necesita mi abrazo sin que lo haya expresado. Puede que sí y puede que no. Por lo tanto puede que esté invadiendo al otro o puede que lo está invalidando, como si no fuera capaz de pedir ayuda cuando la necesita. Y puede que sea yo la que necesito ese abrazo y lo proyecto en el otro.

Si es la segunda opción, me hago consciente de mi necesidad y la expreso, pidiéndole al otro un abrazo y arriesgándome a que no me lo quiera dar, lo cual me causará dolor. Eso es lo que yo suelo evitar y de ahí mi mecanismo de proyección.

Otro ejemplo de proyección: un compañero del grupo de formación expresó textualmente: suelo ser un cabrón, abandono a la gente que quiero. Me he dado cuenta de que abandono para evitar el dolor de ser abandonado. Creía que a mí no me importaba ser abandonado y en realidad es lo que más me duele. Por eso me cuesta comprometerme con alguien. Tengo miedo y desconfío de todos. Es una proyección de la falta de confianza en mí mismo, de no creerme merecedor de amor y aceptación y antes de que me lo demuestren abandonándome, abandono yo.

Volviendo al dar y recibir, de lo que me he dado cuenta es de que cuando acojo a alguien, de la forma que sea (en casa, en un abrazo, en escuchar al otro) estoy recibiendo lo que el otro me da, su confianza, su complicidad, sus confesiones; está compartiendo algo suyo conmigo; y el otro, al darme eso, está recibiendo mi cobijo, mi abrazo, mi escucha y también mi confianza y mi complicidad. El dar y recibir es simultáneo, es una sincronía en los dos sentidos, que ocurre o no ocurre al mismo tiempo. Y si no ocurre así, no hay equilibrio y por tanto, muere.