Serafín se ha ido, nos ha dejado, en silencio, sin avisar. La muerte lo sorprendió en su cama, no sé si con o en contra de su voluntad. Supongo que nunca lo sabré.
Serafín tenía un pub. Mi amigo José Luis y yo lo descubrimos una noche, hace 9 años, buscando un bar de copas tranquilo donde pudiéramos hablar sin una música que nos tapara la voz, sin el bullicio de un viernes por la noche.
Un local kitsch, con ramos de flores artificiales y estilo inglés; kikos y pipas a las 2 de la madrugada y revistas del corazón por si queríamos leer en vez de hablar; Serafín atendiendo amablemente a su clientela, haciendo de sus clientes amigos y presentándonos unos a otros, un perfecto relaciones públicas. Antonio, su pareja desde hacía más de 30 años, sentado en un extremo de la barra, oscuro, triste, huraño, polaridad opuesta de Serafín.
Nos acostumbramos a acabar nuestras veladas en el Pub Las Américas. Poco a poco Serafín pasó de anfitrión a amigo. Al irnos, yo siempre tenía una flor en la mano (ésta natural). Era como estar en casa. Acabamos por llegar a sacarnos los zapatos e instalarnos como en el salón de nuestro propio hogar.
Además de nuestras privadas conversaciones, siempre había un espacio para discutir de política, de cine o de lo que fuera con Serafín, hasta tiradas de tarot y diversos esoterismos. Todo entraba en el Pub Las Américas. Nos presentó a abogados, aventureros que vivían en un barco, propietarios de restaurante, brujas y un sinfín de variedad de gente que acudían al pub de la misma manera que lo hacíamos José Luis y yo, por el don de gentes de Serafín, por su amabilidad, por su labia, por el ambiente que lograba imprimir a su bar, una isla de tranquilidad en el centro de un barrio de copas ruidoso.
Hace dos años nos dijo alegremente que se había casado con Antonio. Antonio estaba muy enfermo y, para poder atenderlo y cuidarlo sin interferencias de la familia, había arreglado todos los papeles para que un juez de paz fuera al hospital a casarlos. Fue uno de los primeros matrimonios homosexuales que se celebraron en Barcelona. A los pocos meses, Antonio murió.
Serafín no levantó cabeza. Seguía llevando el bar con la misma simpatía de siempre pero ya no compraba ramos de flores naturales. Cuando encontraba un momento de tranquilidad, se sentaba con nosotros y lloraba. Decía no soportar la ausencia de Antonio y me preguntaba: Ana, dónde está mi niño? dónde está mi Antonio? Necesito saberlo, necesito saberlo!
Le ponía mi mano en su corazón y le decía: está aquí Serafín, está aquí, no lo busques en ningún otro lado.
Y redoblaba sus lágrimas, me abrazaba y yo lo abrazaba, dejándolo llorar.
Nos contaba que su casa seguía como el día que Antonio murió en sus brazos. No había tirado ni el cepillo de dientes, no podía. Dormía en la cama de Antonio, con su adorada gatita, Meri. Tenía un retrato de ella en el bar.
Nos decía que su vida ya no tenía sentido, que nunca podría amar a nadie como había amado a Antonio; que cerraría el bar y se iría.
Mis hijos organizaron mi fiesta sorpresa de cumpleaños en el bar de Serafín. Me encantó que fuera allí y lo dije: no podrían haber escogido un lugar mejor, celebrar mis 50 años con mis amigos en el pub de mi amigo Serafín. Él me adoraba y sé que hubiera hecho cualquier cosa por mí. Como dice José Luis, Serafín vibraba conmigo.
Lo ha hecho. Cerró el bar y se fue. Con su querido Antonio y con Meri, la gata.
Vimos a Serafín hace 3 semanas. Al irnos, salió a la calle con nosotros y volvió a llorar, abrazado a mí.
Este miércoles pasado mi hija salió a cenar con una amiga y decidió ir a tomar una copa al pub Las Américas. A media noche me llamó para decirme que el bar estaba cerrado y había un cartel que decía:
Serafín tenía un pub. Mi amigo José Luis y yo lo descubrimos una noche, hace 9 años, buscando un bar de copas tranquilo donde pudiéramos hablar sin una música que nos tapara la voz, sin el bullicio de un viernes por la noche.
Un local kitsch, con ramos de flores artificiales y estilo inglés; kikos y pipas a las 2 de la madrugada y revistas del corazón por si queríamos leer en vez de hablar; Serafín atendiendo amablemente a su clientela, haciendo de sus clientes amigos y presentándonos unos a otros, un perfecto relaciones públicas. Antonio, su pareja desde hacía más de 30 años, sentado en un extremo de la barra, oscuro, triste, huraño, polaridad opuesta de Serafín.
Nos acostumbramos a acabar nuestras veladas en el Pub Las Américas. Poco a poco Serafín pasó de anfitrión a amigo. Al irnos, yo siempre tenía una flor en la mano (ésta natural). Era como estar en casa. Acabamos por llegar a sacarnos los zapatos e instalarnos como en el salón de nuestro propio hogar.
Además de nuestras privadas conversaciones, siempre había un espacio para discutir de política, de cine o de lo que fuera con Serafín, hasta tiradas de tarot y diversos esoterismos. Todo entraba en el Pub Las Américas. Nos presentó a abogados, aventureros que vivían en un barco, propietarios de restaurante, brujas y un sinfín de variedad de gente que acudían al pub de la misma manera que lo hacíamos José Luis y yo, por el don de gentes de Serafín, por su amabilidad, por su labia, por el ambiente que lograba imprimir a su bar, una isla de tranquilidad en el centro de un barrio de copas ruidoso.
Hace dos años nos dijo alegremente que se había casado con Antonio. Antonio estaba muy enfermo y, para poder atenderlo y cuidarlo sin interferencias de la familia, había arreglado todos los papeles para que un juez de paz fuera al hospital a casarlos. Fue uno de los primeros matrimonios homosexuales que se celebraron en Barcelona. A los pocos meses, Antonio murió.
Serafín no levantó cabeza. Seguía llevando el bar con la misma simpatía de siempre pero ya no compraba ramos de flores naturales. Cuando encontraba un momento de tranquilidad, se sentaba con nosotros y lloraba. Decía no soportar la ausencia de Antonio y me preguntaba: Ana, dónde está mi niño? dónde está mi Antonio? Necesito saberlo, necesito saberlo!
Le ponía mi mano en su corazón y le decía: está aquí Serafín, está aquí, no lo busques en ningún otro lado.
Y redoblaba sus lágrimas, me abrazaba y yo lo abrazaba, dejándolo llorar.
Nos contaba que su casa seguía como el día que Antonio murió en sus brazos. No había tirado ni el cepillo de dientes, no podía. Dormía en la cama de Antonio, con su adorada gatita, Meri. Tenía un retrato de ella en el bar.
Nos decía que su vida ya no tenía sentido, que nunca podría amar a nadie como había amado a Antonio; que cerraría el bar y se iría.
Mis hijos organizaron mi fiesta sorpresa de cumpleaños en el bar de Serafín. Me encantó que fuera allí y lo dije: no podrían haber escogido un lugar mejor, celebrar mis 50 años con mis amigos en el pub de mi amigo Serafín. Él me adoraba y sé que hubiera hecho cualquier cosa por mí. Como dice José Luis, Serafín vibraba conmigo.
Lo ha hecho. Cerró el bar y se fue. Con su querido Antonio y con Meri, la gata.
Vimos a Serafín hace 3 semanas. Al irnos, salió a la calle con nosotros y volvió a llorar, abrazado a mí.
Este miércoles pasado mi hija salió a cenar con una amiga y decidió ir a tomar una copa al pub Las Américas. A media noche me llamó para decirme que el bar estaba cerrado y había un cartel que decía:
Misa-funeral por Serafín
2 de Julio 2008
Iglesia de San Antonio
Barcelona
Llamé enseguida a José Luis que vivía cerca. No sabía nada. Los dos nos encontramos delante del bar y nos quedamos mirando el local cerrado, con sus rejas, todo oscuro y el cartel blanco colgando de la puerta, en silencio, intentando que la noticia entrara, como dos niños pequeños ante la puerta de casa, cerrada para siempre.
Estuvimos dando vueltas por el barrio a la 1 de la madrugada, intentando encontrar a alguien que nos aclarara algo más. Finalmente, un chico salío del edificio a pasear al perro. Le preguntamos si conocía a Serafín, nos dijo que sí. Había muerto hacía 3 semanas (el mismo tiempo que hacía que no lo veíamos....¿habrá muerto la misma noche que nos despedimos de él, llorando en la puerta del pub? Un día no abrió el bar, sus habituales se extrañaron y llamaron a la policía. Entraron y lo encontraron muerto en la cama. ¿Motivo de la muerte? No lo sabemos.
Llamaron a su familia de Andalucía, vinieron a buscarlo para enterrarlo ahí, mataron a la gata (¡mataron a la gata!) y se fueron. Final de la historia.
Sólo nos queda la misa-funeral del 2 de Julio y mirar entre las rejas del bar para vislumbrar un espacio en el que pasamos horas y horas de confidencias, complicidad, risas y lágrimas con José Luis, con Serafín y con personas que probablemente no volveremos a ver nunca más. Ahí queda el recuerdo de mis 50 años entre amigos, con mis hijos.
Serafín ya sabe donde está Antonio. Por fin vuelven a estar los 3 juntos. Serafín, Antonio, Meri.
Y yo pregunto: Serafín, ¿dónde estás? y una voz me contesta: mira en tu corazón. Y arranco a llorar, sintiendo un calorcillo, como si alguien pusiera una mano en mi corazón.
Nunca sabemos cuál va a ser la última vez que veamos a alguien, que lo abracemos, que tengamos la oportunidad de decirle: te quiero, eres importante para mí.
No quiero volver a cometer ese error. Quiero decirles a las personas importantes en mi vida que las quiero, quiero arriesgarme a abrir mi corazón y sentir el calor del amor, unido ineludiblemente al dolor. Descubrimos que amamos cuando sentimos el dolor de la pérdida o de la posible pérdida, pero nos olvidamos o no queremos pensar en esa pérdida, en la posibilidad de que esa sea la última vez que podamos abrazar, besar, expresar nuestro amor.
Por eso, aquí y ahora, quiero expresar a los bloggers que habitualmente me leéis y a los que leo:
Aunque últimamente apenas escribo, aunque ya no entre a leeros desde hace tiempo, aunque no conteste a vuestros comentarios, por la simple razón de que mi vida me lleva hacia otros senderos y priorizo mi vida real ante la virtual, os tengo presentes en mi corazón y cada uno de vosotros, de todos los que he mantenido un contacto más o menos regular, habéis influido en que yo sea la que soy actualmente.
Iria, mi querida Isabel; Desesperada, comprometida y viva; Wilde, introspectivo; Irreverens entrañable (espero impaciente esa copa en primera persona); Tootels, la alegría de la huerta, tierno aunque vaya de duro; Mariano zurdo y sus bellos escritos, ; Monik y su simpatía; Verónica, con sus haikus; Marta G. Brea, luminosa; Vilo, amigo; Kitt, mi querido Kitt; Meiga, con tus increíbles relatos alaskianos; María, siempre alentadora; Alan Murray, tierno que despierta mi lado oscuro.
Dedicado a Serafín, que no supo vivir sin amar, que amó hasta morir.