lunes, 29 de junio de 2009

Fantasmas del pasado

Las 4 emociones básicas: miedo, alegría, tristeza e ira. Nos surge exclamarnos: coño!, sólo hay una buena! Pues no, todas son necesarias. Aunque quizás la más agradable es la alegría, las demás, miradas de cara y sentidas conscientemente pueden ser, como mínimo muy útiles. Todo depende de como las utilicemos.

El otro día sentí mucha rabia. Sentí como si me hubieran dado un portazo en las narices en un momento doloroso para mí. Me encendí, herida en algo muy profundo y se repetía una frase en mi interior: cuando más los necesito, desaparecen.

No sabía qué hacer con ella y estaba dispuesta a no tragármela como hago habitualmente. La falta de costumbre de manejarla me hacía sentirme como un león en jaula. Me vino una idea a la mente, quizás descabellada, quizás no tenía nada que ver con la causa de mi ira, pero fue lo único que se me ocurrió para darle una salida que me aliviara. Llamé a otro amigo, que es terapeuta, y le pedí ayuda para mi plan a lo cual es se mostró entusiasmado con estar a mi lado en ese momento.

Me encontré con él, llorando de ira, las mandíbulas apretadas. Mi plan era volver al barrio donde viví de pequeña para rememorar el episodio del abuso que sufrí, acompañada de mi amigo, sostenida por él. Otra frase se repetía sin cesar en mi mente: quiero pegarle una patada en los huevos al cabrón que abusó de mí.

Reprodujimos la escena, él haciendo de abusador, con el recorrido exacto de aquel momento. Recuerdo todos los detalles y los sitios exactos donde fue ocurriendo todo.

Quiero explicarlo con todo detalle para vergüenza del cabrón ese que ha condicionado gran parte de mi vida:
Yo tenía 7 años y volvía a casa del colegio sola. Era invierno, 6 de la tarde, ya de noche. En una bocacalle, salido de la sombra, un hombre surgió y me agarró del brazo diciendo que me fuera con él hacia el callejón oscuro para acompañarme a casa. Me resistí por dos veces diciéndole que mi casa no era por ahí. Ante mi insistencia, él cambió de opinión y me dijo:¡ pues te acompaño! Con la mano izquierda me agarró del cuello fuertemente y con la derecha, sacó su polla y empezó a masturbarse. Me obligaba a mirarlo. A medio camino, empezó a eyacular y me dijo: mira, mira la leche, ¿la quieres probar? Sentí mucho asco sin saber bien lo que estaba viendo. A partir de ese instante me bloqueé y no recuerdo qué pasó hasta llegar ante el portal de mi casa. Sólo recuerdo el terror que sentí, sin saber si él me soltaría o se me llevaría, me raptaría, me mataría, me cortaría a pedacitos..... la imaginación se me disparó y me quedé petrificada por el miedo.

Llegados al otro lado de la calle del portal de mi casa, el cabrón me soltó y corrí como una posesa hasta mi casa, llorando histérica. El resto de la historia es harina de otro costal, aunque no me ayudó en absoluto a aliviar el terrible episodio que acababa de vivir.

Junto con mi amigo, tras revivir ese dramático paseo, surgió una importante información de mi inconsciente: ese era mi barrio, donde yo nací. La gente del barrio, los tenderos, los porteros de mi edificio, eran como de mi familia: Josefina y el Sr. Badía, Carmeta la pescatera, Pepe y Mari del Bar Tokiona, la charlatana de la mercería, el zapatero, Rosita de la cooperativa, el farmacéutico que siempre me daba perlitas de colores, etc...

Desde que nací me paseaba por el barrio con total confianza. Aún no caminaba que bajaba las escaleras y me iba a ver a Josefina la portera. Un poco más mayor, bajaba a que me dieran un helado. Por lo que me dicen y por lo que recuerdo, yo era una niña dulce y simpática, muy querida y confiada.

¿Dónde coño estaban todos cuando ese hombre estaba agrediéndome? El barrio era mi casa, mi territorio, era mi gente, los que me querían. Conocía a todo el mundo. ¿Dónde estaban en ese terrible momento? Nadie acudió a ayudarme, nadie hizo nada. El sentimiento de soledad, indefensión e impotencia era brutal.

En ese momento yo decidí que nunca más volvería a confiar en nadie, en nadie! ni hombres ni mujeres. CUANDO MÁS LOS NECESITO DESAPARECEN. Esa frase se iba repitiendo y repitiendo y repitiendo. La misma que ese mismo día había estado repitiendo al sentirme abandonada en un momento doloroso para mí.

Afortunadamente en ese momento de este sábado pasado estaba mi amigo abrazándome, reparando la herida profunda. Se quedó junto a mí, consolándome, acompañándome, diciéndome: vaya susto peque, vaya susto! ya pasó. Ellos estaban ahí y dió la casualidad que todos estaban atareados en sus quehaceres y no te vieron, pero estaban ahí y te siguen queriendo. Vuelve a abrirles tu corazón.

Es curioso como la vida nos va poniendo en contacto con situaciones y personas que reproducen las emociones que sentimos en un momento traumático de la infancia. Atraemos inconscientemente esas situaciones para poder sanar la herida que se produjo y que enterramos muy hondo en nuestro ser. Esa frase típica de: se me repite la misma historia, siempre es lo mismo.

La rabia que sentí el sábado fue el hilo del que pude tirar para contactar con esa herida mía de los 7 años. No sólo por el puto abusador, sino por el abandono que sentí en ese momento por parte de los míos. Intuitivamente y sin que aparentemente tuviera nada que ver mi cabreo con el episodio de mi niñez, esa ira me llevó al nudo de un conflicto que se me repite y se me repite y del que no sabía como salir.

Solemos culpar a los otros de nuestras desgracias. Evidentemente ellos tienen su parte de responsabilidad. Mi abusador es (o era, supongo y espero que ya la habrá palmao y que sufriera mucho) un auténtico hijo de puta; todos en algún momento hacemos daño a personas queridas sin tener la intención de hacerlo y eso no nos exime de nuestra responsabilidad. También es necesario que, ante situaciones repetitivas, miremos para adentro y nos preguntemos cuál es nuestra responsabilidad en eso que nos está pasando. A menudo será algo profundamente enterrado y también es nuestra responsabilidad hacer por averiguar de qué se trata, enfrentándonos a nuestros demonios, a nuestros miedos, a nuestras heridas.

Al final de la experiencia, surgió otra información de mi insconsciente, muy importante y que a menudo no se tiene en cuenta cuando se trata con temas de abusos y maltratos.
¿cuál es el beneficio que sacamos de ser abusad@s o maltratad@s? Sin esa información, nos quedamos siempre en el papel de víctimas y no salimos de la rueda del patrón de conducta aprendido. Siempre hay un beneficio, por duro que parezca.

En mi caso, surgió el pensamiento siguiente: por el puto caso que me hacen los que dicen que me quieren, quizás mejor ese hombre se me hubiera llevado. Para él sí tenía yo importancia, él fue el único que me hizo caso.

Me asusté al observar mi pensamiento pero es la clave por lo que yo puedo romper con el círculo vicioso en el que me veo inmersa en mis relaciones: decidir que no, que no quiero ser abusada, que basta de traicionarme a mí misma entregándome a personas que abusan de mí creyendo que soy importante para ellos. Ese era mi patrón de conducta y decido romperlo.

Volver a abrir mi corazón a mis padres por los que me sentí abandonada, a mis hermanos, a esos vecinos que ya no volveré a ver, reconociendo su cariño por mí aunque en ese momento no estuvieran. Estar al lado de los amig@s que me demuestran día a día que me quieren, confiar en ellos. Cuidar de mí misma con las herramientas que ahora, de adulta, tengo y que no tenía a los 7 años. Cuidar de los míos.

Levantarme cada mañana con la firme intención de hacer mi día lo más agradable y confortable posible, proporcionándome situaciones y personas que me hagan sentir bien, que nos sintamos bien juntos. Encontrar el placer y la alegría, compartir el dolor y el miedo, afrontar mi responsabilidad ante mis errores y dar la cara cuando eso ocurra.

Rechazar relaciones en las que me siento engañada y abusada. Como me decía mi amigo, ahora que todo ha salido a la luz, ya no volveré a necesitar experimentar ese tipo de relaciones.

Me quedan flecos por solucionar. Pongo hilo a la aguja, dispuesta a llegar hasta el final de esta historia e integrarla definitivamente como una experiencia que, a partir de ahora, me ayudará a ser más completa.




sábado, 27 de junio de 2009

Misterio

Llevo unos días alterada, nerviosa, descentrada. Un detalle, una información llegada a mí se ha cargado mi bienestar, mi confianza, me ha hecho tambalearme y sentirme muy confusa. En estos momentos parece que todo lo aprendido, toda la base en la que reposa la confianza en mí misma se pulveriza.

Necesidad de saber, de saber qué hacer, de "hacer lo correcto", intentos varios de meditación, de centramiento, de encontrar algo a lo que agarrarme para no sucumbir a las profundidades del desasosiego. Una lucha inútil, el desasosiego me indica que hay algo que necesita ser mirado en mi interior. Pero por mucho que lo intento, no veo nada. La neura ataca de nuevo y ciega mi comprensión, mi visión interior.

Me voy al cuerpo, sé que sabe más que mi mente, contaminada por ideas pre-concebidas, por juicios, por estrecheces. Consigo una pista que me tranquiliza y me inquieta al mismo tiempo. ¿Qué hago yo con ésto? ¿Dónde lo meto, en qué cajón de mi mente, qué etiqueta le pongo? Silencio.

Finalmente, cansada, agotada, confusa, triste, insegura, acobardada....me entrego al MISTERIO, lo abrazo, me fundo con él. Siento alivio, acogimiento, descanso. El MISTERIO me comunica que puedo meditar para centrarme en mí misma mientras el mundo gira y gira, respirando, inhalando y exhalando sin nada más por hacer; me enseña que las circunstancias actuales de mi vida están ahí para que pueda DESPERTAR como un volcán dormido, rompiendo las cadenas que me immovilizan, encendiendo el fuego de las pasiones que duermen en mi interior, narcotizadas por el miedo y por la educación; me sugiere que dude de lo que intuyo que puede ser dudoso y que no pierda el tiempo dudando de mí misma; y abre mis ojos, mis sentidos, mi corazón y todo a mi ser a la vida, a lo nuevo, a la mujer sabia (bruja) que hay en mí, mostrando lo que hay, mostrando lo que soy generosamente, incluso si lo que hay es IRA, ya que la ira me hace fuerte, me lleva a defender lo mío, me hace digna.

Solemos buscar la seguridad a través de la rutina, planificamos, queremos saber a ciencia cierta qué será de nuestra vida y nos perdemos algo tan maravilloso y acogedor como es el MISTERIO.

miércoles, 24 de junio de 2009

Tocar de pies al suelo o la mejor manera de tomar decisiones lo más acertadas posible

Si hay algo que me ha costado toda la vida es tocar de pies al suelo. Me la he pasado flotando por encima de la realidad, viviendo un sueño, una ilusión, queriendo creerme lo que idealizaba y no lo que ocurría a ciencia cierta. Desde ese lugar, las decisiones suelen ser del mismo color, por lo tanto me llevaban a frustración tras frustración, lo cual era doloroso pero yo me empeñaba en tintarlo de color rosa y seguir adelante con mis sueños o bien simplemente eliminaba de mi vida aquello que yo no quería ver. Fácil. Las consecuencias de esta actitud han sido que me he dejado embaucar, engañar, abusar por cualquiera que tuviera cierta gracia y que me mostrara un mínimo de interés.

Mi momento actual se basa en abandonar esta actitud, en tocar de pies al suelo y decidir qué circunstancias y personas son las que realmente me hacen sentir bien. A más información, más elementos reales para la toma de decisiones. Esa información choca a menudo con mis idealizaciones y eso duele. Me toca renunciar a muchos sueños y, en cierta manera, a quedarme en el vacío. Sueños largamente acariciados, repletos de ilusiones, de amores imposibles, de realizaciones vanas, que se esfuman, que se convierten en cenizas, consumidos por el fuego de la realidad.

Es momento de quemar lo viejo para que surja lo nuevo, de vaciar mis cajones internos de falsedades para poder ir metiendo en ellos lo tangible, lo auténtico, a medida que vaya apareciendo. Solsticio de verano o noche de San Juan, es lo mismo y es ahora.

Abandono un trabajo en el que he dejado la piel y el alma, creyendo que se apreciaba lo que daba. La cruda realidad es que no he sido correspondida, al menos no lo suficiente para que me quede. Ni el sueldo ni el interés por mí están a la altura de lo que yo necesito. Es cierto que al anunciar mi marcha, he recibido el reconocimiento que me ha faltado durante el tiempo que he estado, un reconocimiento moral, que no práctico. Me alivia el corazón y me voy más ligera.

Lo mismo me pasa con algunas personas. Me llega información que me hace darme cuenta de que no soy tan importante para ellas como yo había querido creer, como me emperraba en creer. Me entristece, me duele.

Todo ello tiene que ver con mi facilidad en obviar esa realidad para ensalzar lo ilusorio, lo que me gustaría que fuese y no es. Tiene que ver con traicionarme y permitir que me traicionen, con no atreverme a mirar a los ojos al miedo que me atenaza y me paraliza.

Hoy lanzo a la hoguera de la vanidad todas esas ilusiones, decidida a tocar de pies al suelo y así vivir con la máxima consciencia la realidad que aparezca día a día.


jueves, 18 de junio de 2009

La rueda de la vida

Leo la entrada de mi amiga Isabel, una vez más. La he leído muchas veces y me llega su dolor. Como ella dice, uno nunca se acostumbra a la muerte, siempre que aparece, golpea con crudeza. Y es que la vida es así, con comienzos y finales que se van sucediendo y solapando, sin parar, nunca se para y nos sorprende, por mucho que queramos planificar, por mucho que intentemos que todo siga igual.

Me viene a la mente una frase que puse como titular de un curso: lo único que no cambia es el mismo cambio. Ese es permanente. Puede ser lento o rápido, pero siempre ocurre. La impermanencia de la que hablan los budistas.

He decidido dejar mi trabajo en la residencia. Momento de grandes cambios en mi vida, de cierres, de despedidas, de tristeza. Siento un movimiento imparable en los dos sentidos. Unos van y otros vienen. Los que se van dejan espacio para los que llegan y así se crean oportunidades para todos.

Dejo mi trabajo de trabajadora social y voy a hacer immersión en el mundo de las terapias. La decisión ha ido llegando por partes y en algún momento he sentido que ya no dependía de mí, que había una fuerza superior que me arrastraba, que tomaba el mando...y me he dejado llevar, ofreciendo poca resistencia. Es la segunda vez en mi vida que siento esa fuerza. La primera fue cuando me separé de mi marido. Sí hubo una parte de mí que decidió pero había algo más, estaba esa fuerza que era más potente que yo, que se me llevaba a pesar del dolor, a pesar de no entenderlo, a pesar de mi resistencia, a pesar del miedo y de la sensación de tirarme al vacío sin saber donde caería ni cómo caería. La ostia podía ser monumental. Fue duro y difícil y más adelante me di cuenta de que fue el inicio de mi nueva vida.

Ahora la sensación es similar aunque me siento más tranquila y confiada que hace 10 años y el salto no es tan bestia. Se han conjuntado varias circunstancias que no me han dejado más opción que tomar esa decisión. Las condiciones de trabajo y sueldo de la residencia han empeorado notablemente y me hacen inviable seguir ahí. Por otro lado, las terapias me van cada día mejor y en el centro donde colaboro, se han ido personas a las que aprecio y quiero. Los echaré mucho de menos y al mismo tiempo dejan un espacio para los que llegamos, de la misma manera que yo dejaré un espacio en la residencia para alguien que necesite ese trabajo como yo lo necesitaba cuando me lo ofrecieron.

Tristeza por mis compañeros terapeutas que han decidido seguir su labor en otros lugares, tristeza por dejar a mis abuelitos, a mis colegas, a lo que ha sido casi como mi casa en los últimos tres años. He creado vínculos, algunos fuertes y duele irme.

Y también hay alegría, siento una fuerza que sale de dentro, de todo mi ser, que me dice: esto es mi vida, así quiero vivir, eso es lo que quiero hacer y tanto me dan las consecuencias, las dificultades que puedan surgir. Quiero dedicarme de pleno al mundo de la Gestalt, de la terapia corporal, eso es lo que yo soy, terapeuta.

Es un estado de Amor, de pleno convencimiento, de certeza absoluta, que no sale del pensamiento, sino de la armonía de los tres centros: cabeza, corazón y vientre; mente, emociones, instinto.

Y creo que eso es la Vocación. No sólo porque así lo siento, sino porque disfruto como una vaca haciendo este trabajo, me siento feliz, alegre y plena, sale lo mejor de mí misma. Y eso, al fin y al cabo, es lo importante, llegar a vieja o llegar ante la muerte con la sensación de haber disfrutado de mi vida, de haber hecho aquello que mejor me sienta, de haber abierto mi corazón.