jueves, 18 de junio de 2009

La rueda de la vida

Leo la entrada de mi amiga Isabel, una vez más. La he leído muchas veces y me llega su dolor. Como ella dice, uno nunca se acostumbra a la muerte, siempre que aparece, golpea con crudeza. Y es que la vida es así, con comienzos y finales que se van sucediendo y solapando, sin parar, nunca se para y nos sorprende, por mucho que queramos planificar, por mucho que intentemos que todo siga igual.

Me viene a la mente una frase que puse como titular de un curso: lo único que no cambia es el mismo cambio. Ese es permanente. Puede ser lento o rápido, pero siempre ocurre. La impermanencia de la que hablan los budistas.

He decidido dejar mi trabajo en la residencia. Momento de grandes cambios en mi vida, de cierres, de despedidas, de tristeza. Siento un movimiento imparable en los dos sentidos. Unos van y otros vienen. Los que se van dejan espacio para los que llegan y así se crean oportunidades para todos.

Dejo mi trabajo de trabajadora social y voy a hacer immersión en el mundo de las terapias. La decisión ha ido llegando por partes y en algún momento he sentido que ya no dependía de mí, que había una fuerza superior que me arrastraba, que tomaba el mando...y me he dejado llevar, ofreciendo poca resistencia. Es la segunda vez en mi vida que siento esa fuerza. La primera fue cuando me separé de mi marido. Sí hubo una parte de mí que decidió pero había algo más, estaba esa fuerza que era más potente que yo, que se me llevaba a pesar del dolor, a pesar de no entenderlo, a pesar de mi resistencia, a pesar del miedo y de la sensación de tirarme al vacío sin saber donde caería ni cómo caería. La ostia podía ser monumental. Fue duro y difícil y más adelante me di cuenta de que fue el inicio de mi nueva vida.

Ahora la sensación es similar aunque me siento más tranquila y confiada que hace 10 años y el salto no es tan bestia. Se han conjuntado varias circunstancias que no me han dejado más opción que tomar esa decisión. Las condiciones de trabajo y sueldo de la residencia han empeorado notablemente y me hacen inviable seguir ahí. Por otro lado, las terapias me van cada día mejor y en el centro donde colaboro, se han ido personas a las que aprecio y quiero. Los echaré mucho de menos y al mismo tiempo dejan un espacio para los que llegamos, de la misma manera que yo dejaré un espacio en la residencia para alguien que necesite ese trabajo como yo lo necesitaba cuando me lo ofrecieron.

Tristeza por mis compañeros terapeutas que han decidido seguir su labor en otros lugares, tristeza por dejar a mis abuelitos, a mis colegas, a lo que ha sido casi como mi casa en los últimos tres años. He creado vínculos, algunos fuertes y duele irme.

Y también hay alegría, siento una fuerza que sale de dentro, de todo mi ser, que me dice: esto es mi vida, así quiero vivir, eso es lo que quiero hacer y tanto me dan las consecuencias, las dificultades que puedan surgir. Quiero dedicarme de pleno al mundo de la Gestalt, de la terapia corporal, eso es lo que yo soy, terapeuta.

Es un estado de Amor, de pleno convencimiento, de certeza absoluta, que no sale del pensamiento, sino de la armonía de los tres centros: cabeza, corazón y vientre; mente, emociones, instinto.

Y creo que eso es la Vocación. No sólo porque así lo siento, sino porque disfruto como una vaca haciendo este trabajo, me siento feliz, alegre y plena, sale lo mejor de mí misma. Y eso, al fin y al cabo, es lo importante, llegar a vieja o llegar ante la muerte con la sensación de haber disfrutado de mi vida, de haber hecho aquello que mejor me sienta, de haber abierto mi corazón.

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