miércoles, 30 de diciembre de 2009

Del 2009 al 2010

Estamos en esos días en los que a menudo hacemos balance del año que está a punto de irse y de hacernos propuestas para el siguiente.
No suelo hacerlo así por escrito y este año pues sí, me apetece, quizás porque ha sido un año difícil para mí y creo que escribir me ayuda a cerrar las heridas y así mirar al 2010 con optimismo, sabiendo o más bien siendo consciente de lo que ha pasado, de qué cambios se han operado en mí en el transcurso de los últimos 365 días.

He tenido pérdidas diversas:

La de mi perro, Bruce, un buen perro, una excelente compañía, un animal con corazón que me enseñó a abrir el mío.

La de mi trabajo en la residencia y en consecuencia el contacto periódico con personas a las que quiero. Desde agosto que me fui, me he dado cuenta de que tomé una decisión que me beneficia y también de que lo echo de menos. El día 22 fui a la fiesta de Navidad de mis ancianitos. Algunos de ellos me reconocieron y nos alegramos mucho de vernos aunque mi sorpresa fue la reacción de los familiares que ahí estaban presentes. Me mostraron un cariño, un aprecio y una añoranza que no me esperaba. Algunos me pidieron que volviera, que aquello sin mí no era lo mismo. Volví a casa con el corazón calentito, dándome cuenta de que me gusta mucho este trabajo que ya no es el mío. Afortunadamente mantengo el contacto con personas, colegas mías con las que he llegado a crear auténticos lazos de amistad.

Una persona a la que quiero, con la que hemos cortado de cuajo todo vínculo. Sé que era inevitable, que antes o después hubiera ocurrido, que ese vínculo no era sano tal como estaba establecido, que me hacía daño. Darme cuenta de que sin darme cuenta persistía en actitudes, relaciones y lugares que me sientan mal. Ahora me cuido y la forma de contactar por el amor y el cuidado de mí misma es sentir mi fragilidad, darme cuenta de mi vulnerabilidad.

Antes no era consciente de ella, yo podía con todo y daba caña a todo el mundo, despreciando a los que se sienten débiles, proyectando así mi dificultad en asumir mi humanidad. Yo siempre tomaba la iniciativa en todo, la delantera, y exigía que los demás me siguieran al mismo ritmo que yo.

Afortunadamente (y ese es uno de los logros del 2009 alcanzado con mucho dolor y resistencia) he descubierto que la consciencia de mi fragilidad es lo que me ayuda a protegerme de lo que me hace daño. Antes iba a pecho descubierto y me llevaba unas ostias brutales. Ahora me protejo evitando lo perjudicial para mi salud. Me cuido y quiero que me cuiden, los que tienen ganas de cuidarme, los que para ellos es un placer hacerlo. Y yo me dejo, me entrego al otro. Y también lo cuido porque es un placer cuidar como lo es dejarme cuidar, un placer redescubierto tras muchos años.

Me he cansado de correr tras lo que quiero, de recibir frustración tras frustración, dando lo mejor de mí. Ahora me toca recibir, abandonar la iniciativa y tener los brazos y el corazón abiertos a lo que llegue a mi vida y el cuerpo (y la intuición) acepte.

Hago cosas que ese cuerpo me pide, que me sientan bien. He aprendido a escucharlo y me chiva todo lo que necesito saber. Ante la duda, el cuerpo se expresa: por aquí no, no tengo energía para eso; por allá, siiiiiii, sí, sí, vamos, dame marcha!; ahora mismo no lo sé, quédate quieta.

Desde las tripas conservo la inocencia de la niña que creía firmemente en el Amor y yo misma, ahora, en este año me he dado cuenta de que eso es lo único que nos queda cuando todo se derrumba, cuando las capas caen una a una cual torre, cuando dejamos de creernos importantes e inmortales, cuando afrontamos los miedos y desmenuzamos uno a uno todos nuestros conceptos para darnos cuenta de que no son nuestros aunque creíamos que sí; que esos conceptos nos encadenan, nos hacen prisioneros de ellos. Los conceptos son los más efectivos centinelas de la cárcel más grande y segura del mundo: el ego, los mecanismos neuróticos que actúan a sus anchas sin que nos enteremos, desde la inconsciencia.

Se me han caído los conceptos, todos. He pasado por momentos de total desnudez y miedo hasta que aprendí a no resistirme al proceso, a dejar que ocurriera sin engancharme, sin apegarme a ninguno de ellos. Y se han caído, se han esfumado, los he visto deshacerse en humo, tan consistentes que parecían y no eran nada, absolutamente nada. Esas eran las cadenas que me impedían ser libre, volar a mis anchas: humo (todavía hay más,¡eso no se acaba nunca!).

Poco a poco voy encontrando el ekilibrio y la paz. Todavía quedan heridas por sanar, miedos por superar, alas por desplegar, conceptos por derribar. Todo se andará....en el 2010.

Feliz año a todo aquel que me lea...y a los demás también


viernes, 18 de diciembre de 2009

Entusiasmo

Me dice el I Ching del facebook que comunique el entusiasmo que siento interiormente, que es el momento de hacerlo. Gracias I Ching, es cierto que siento entusiasmo, un entusiasmo muy dulce y tranquilo. Poco a poco irá saliendo pafuera, aún no, necesito que se instale y se arraigue más, todavía lo siento frágil, como me siento yo, frágil y fuerte al mismo tiempo. Una extraña sensación que tenía olvidada desde tiempos de mi infancia y que ayer volvió a nacer, resurgió desde el fondo de mis entrañas.
Me siento como la oruga que ha estado largo tiempo dentro de su capullo y que, no sin esfuerzo, ha roto la malla sedosa y compacta que la tenía encerrada, encogida. En un estallido final, la prisión ha cedido y he podido emerger de la oscuridad, con los ojos entreabiertos y las alas todavía pegadas al cuerpo.
Sí, necesito un tiempecito para ver claramente el nuevo mundo que se extiende ante mí, para desplegar las alas y volar, consciente de mi ser, de mi vulnerabilidad y de mis posibilidades.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Descubriendo a Maya

Descubriendo a Maya, apartando el velo que nos esconde la realidad, abandonar ilusiones, expectativas, esperanzas que nos enturbian la mirada, ante todo, de nosotros mismos y también del mundo que nos rodea, de los demás.
Más que nunca el sub-título de este blog coincide con mi realidad.
Se me están cayendo los conceptos, las estructuras, todo en lo que yo me apoyaba, en lo que yo creía. Se derrumba todo (recomiendo un libro sobre esto: CUANDO TODO SE DERRUMBA, de Pema Chodron), cual Torre del Tarot, siento que no tengo nada a que agarrarme, nada de lo que sustentaba mi vida se aguanta ya. Estoy tocando el vacío y a ratos eso es angustiante.

Pensamientos y emociones se derriten cual nieve al sol al poco de aparecer. Todo es mentira, nada es real, salvo la respiración, el contacto, las caricias, el latido del corazón.

No puedo dar y recibir amor, el amor ES por sí mismo y pasa a través de nosotros si le permitimos que fluya. Solemos bloquearle el paso, con nuestros propios bloqueos, con nuestra escisión, con nuestros miedos.

Me estoy acostumbrando a apartarme, apartar mi ego, mi personalidad y convertirme en espectadora del paisaje, interno y externo. Cambio la frase: ME está pasando tal o cual cosa, por ESTÁ pasando tal o cual cosa, eliminado el ME, despersonalizando la experiencia y poniéndome en la posición de observadora de lo que pasa a través de mí.

No es fácil, la tendencia a querer ser protagonista aparece una y otra vez. La resistencia al cambio, a soltar lo que ya no me sirve, es potente y produce sufrimiento. Los apegos a personas y cosas se hacen muy patentes. También a actitudes, arraigadas profundamente por años de práctica.

Tengo sensación de contención, de estar prisionera de esos conceptos anticuados que van cayendo. No aparecen nuevos por lo que la sensación de desnudez y vulnerabilidad se va haciendo cada vez más intensa. Me siento frágil y gracias a esa fragilidad instauro nuevos hábitos en los que predomina el cuidado de mí misma, los mimos a todos los niveles, desde la alimentación hasta rodearme de ambientes y personas en los que me siento bien, cuidada, querida, huyendo de otros en los que ocurre todo lo contrario.

Acepto la realidad que hay en estos momentos en mi vida y, en base a ella, adapto mis actitudes. La realidad cambia constantemente; me siento abierta a recibir lo que vaya llegando, a escuchar al otro, desde el silencio y la entrega.

He tenido la fortuna de sentir un profundo amor que invadía todas las células del cuerpo. En ese momento no había espacio para el dolor por no poder compartirlo. Desaparecían todas las barreras, podía percibir al ser luminoso que habita prisionero de las actitudes neuróticas. Aunque la fabulosa sensación ha desaparecido, sé que está ahí. Mi tarea ahora es aceptar que, aunque ese amor ES, las barreras, por muy ficticias que sean, están y actúan con férrea determinación.

En nuestro mundo, se mezclan irremediablemente lo real y lo ficticio de tal manera que es muy difícil discernir qué es uno y qué es lo otro. Lamentablemente solemos creer que lo real es lo ficticio y que lo ficticio es lo real. ¡Qué gran confusión! pensamientos y emociones aparecen como muy reales, nos identificamos con ambos y sin embargo, en una fracción de segundo pueden cambiar radicalmente.

Descubriendo a Maya, desvelando el misterio, poco a poco y no sin dificultades.


martes, 15 de diciembre de 2009

Claudio Naranjo. Su Obra.


“La responsabilidad no es un deber sino un hecho inevitable. Somos los actores responsables de cualquier cosa que hagamos. Nuestra única alternativa es reconocer tal responsabilidad o negarla. Y percatarse de la verdad, nos cura de nuestras mentiras.” Claudio Naranjo.

Enya - And Winter Came

Hace mucho frío fuera, las manos se hielan y el corazón se encoge. Se está bien en casa, calentita, me siento acogida por mi hogar.

lunes, 14 de diciembre de 2009

La Realidad es una Ilusión (2 de 2)

La Realidad es una Ilusión (1 de 2)

Pensant en els altres - 6

Pensant en els altres - 5

Pensant en els altres - 4

Pensant en els altres - 3

Pensant en els altres - 2

Pensant en els altres -1

sábado, 5 de septiembre de 2009

Animales


SCARLETT

MAIA

BRUCE

Está siendo un verano peculiar, marcado esencialmente por los animales.

Hace un tiempo decía yo en tono cómico que tengo un perro, una gata, un gato, una hija y un hijo.

Desde pequeña me gustan los animales y lo máximo que conseguí que mi madre me dejera tener en casa fueron hamsters, canarios y peces. Me conformé pero lo que yo quería era un perro o un gato, los auténticos y tradicionales animales de compañía. Nunca lo logré.

Cuando tuve mi propia casa, quizás influida por el ambiente de mi familia, no tuve animales. Vivía en un piso en Barcelona (como mis padres) y me acogí al práctico razonamiento de que los animales en pisos son desgraciados, que a los perros se les tiene que sacar a pasear, que dejan muchos pelos y dan trabajo y ya tenía suficiente con mis hijos pequeños, ¡¡sólo me faltaban los animales!!

Cuando mi hija tenía 9 años, le regalaron una preciosa gatita persa blanca, Scarlett, que ahora tiene 16 años. Hace casi 10 años, mi marido y yo les regalamos a nuestros hijos un labrador al que, de forma unánime, llamamos Bruce en honor a nuestro ídolo musical, The Boss. Hace dos años propusieron a mis hijos un gatito más y me suplicaron que lo adoptáramos.

Tras dudarlo 3 segundos, acepté con una única condición: el gato sería mío. Así hice realidad, con casi 49 años, mi sueño de tener un animal de compañía. El gatito (ahora ya gatazo) se llama Maia, en honor al velo que cubre la realidad, como indica también el nombre de este blog: a través del velo (a través de Maya, la diosa hindú de la ilusión, de lo irreal). El nombre lleva a confusión, ya que mi gato es macho y solemos dar por supuesto que un nombre acabado en "a" es femenino. Tanto me da. Se llama Maia y es macho.

En julio, mientras yo estaba en uno de mis cursos en Burgos, Maia se puso enfermo y tuvieron que hospitalizarlo. Vómitos, diarreas, fiebre, sin comer ni beber, todo ello tras una semana trágica en la que una noche se cayó de la repisa de la ventana a la calle (2 pisos) y pasó varias horas bajo un coche, algunos incidentes menores más y para acabar de rematarlo, lo dejamos una noche solo en casa.

Parece que Maia es muy sensible y sentido y debió sentirse abandonado, con el resultado antes mencionado. En cuanto volví de Burgos, fui a hacerle compañía al hospital, acariciándolo y mostrándole todo el amor que le tengo y esa misma noche le desapareció la fiebre, los resultados de la analítica que los veterinarios creían que sería fatal para él (pancreatitis, toxoplasmosis) resultaron negativos y Maia volvió a casa. Está sano y fuerte y vuelve a ser el gato gamberro y cariñoso que era antes.

Maia, con su enfermedad (que yo creo psicosomática), me hizo llorar y me di cuenta de lo muchísimo que lo quiero. Yo me hacía la dura y no quería enterarme de como me apego a mis seres queridos, incluso a los animales. Cuando me dijeron por teléfono que probablemente se moriría de pancreatitis, lloré toda la noche.

Ya en agosto en mis montañas, he pasado 15 días acompañada de Maia y de Bruce, nuestro perro. Bruce ha estado todo el invierno en Cadaqués, en casa de las tías de mis hijos. Decidimos que aquí en el piso era muy desgraciado y nosotros no teníamos tiempo para ocuparnos de él como nos hubiera gustado. Bruce ha sido feliz allí. Nos lo llevamos a la montaña para disfrutar de su compañía en un lugar en el que él se siente bien y nosotros también con él.

Nos hemos paseado varias veces al día juntos. A él le dolían las patas, tenía artrosis, a pesar de lo cual adoraba esos paseos. Caminaba lentamente, yo a su lado y a su ritmo.Descansábamos a menudo, sentados a la sombra de un abeto.

Martes pasado, mis hijos vinieron a buscarlo. Mi hija había planeado una pequeña intervención sin importancia para sacarle un quiste de grasa que tenía en el pecho y así, al día siguiente lo volvía a llevar a Cadaqués a pasar el invierno. Estuve todo el día pegada a él, me costaba separarme de él, le di besos, caricias, ánimos para la intervención. Cuando lo subimos al maletero del coche, Bruce se quedó estirado, con una mirada muy triste, abatido. Parecía saber que ya no volvería nunca. El golpe del maletero que se cerró me hizo estremecer. Tuve un escalofrío y me dio un vuelco el corazón. Me cruzó un pensamiento: Bruce se iba a morir. Lo deseché rápidamente, vaya tonterías piensas, Ana, Sara te ha dicho que no era nada y le han hecho todas las pruebas necesarias previas.

A pesar de todo, en cuanto se fueron, me quedé muy triste, sintiendo el vacío de su ausencia, sintiéndome muy sola sin él. Escribí. Bruce, en esos días, me había abierto el corazón, me había enseñado el amor incondicional, me había hecho sentirme segura a su lado, me había acompañado silenciosamente. Escribí que vale la pena amar a pesar del miedo que le tengo a la pérdida, al dolor, a la tristeza, ya que, mientras dura el amor, es el sentimiento más bello y pleno que se pueda sentir.

La noticia de su muerte al día siguiente fue terrible.
Desgraciadamente, mi pálpito resultó ser cierto.
Su corazón estaba muy viejo y gastado. Se paró repentinamente cuando se acaba de dormir por la anestesia. No puedo imaginar mejor muerte para él. Ni tuvimos que sacrificarlo, ni se nos murió en casa. Hasta el último momento, Bruce vivió y murió elegantemente, dignamente, ahorrándonos, incluso en su muerte, momentos todavía más duros. Y él se fue sin enterarse, sin sufrir, dulce y pacíficamente. La semana que viene lo incineraremos y le daremos el trato que se merecía como miembro de nuestra familia.

Todavía bajo el efecto de la tristeza y el dolor por la muerte de Bruce, nos esperaba otro golpe.

Anteanoche tanto mis hijos como yo salimos con amigos. Cuando regresé a casa, ellos no estaban. Cansada, me metí en la cama. Maia dormía en la terraza. Nunca miro donde está Scarlett, la gata de Sara, siempre está en la habitación de mi hija, ya viejita con sus 16 años y con dificultades para moverse.

Pero....no me podía dormir, la imagen de Scarlett me venía una y otra vez a la mente. Finalmente me levanté para comprobar que estuviera bien. En ese momento llegó mi hijo: Alex, ayúdame a buscar a Scarlett, no la veo. Miramos por todos los rincones de la casa. Había desaparecido. Me puse muy nerviosa. ¿Dónde coño podía estar la gata, vieja y que casi no se puede mover? Si llegaba mi hija y no había aparecido, a la pobre se le iba a caer el mundo encima. Ella es la que siempre se ha ocupado más de los animales, los adora y Scarlett es su gatita desde hace más de 16 años. ¿No había ya suficiente con la muerte de Bruce?

Parece ser que no. Alex se fue a la calle y la encontró debajo de un coche, ensangrentada y viva. No sabemos que pudo pasar, sólo que parecía evidente que se había caído, como Maia en julio, de un segundo piso. Lo raro es que estuviera viva. Mi hijo se la llevó al hospital veterinario a las 4 de la madrugada. Ahí sigue ingresada, con el paladar partido, sin poder comer y con contusiones varias.
Dicen que su vida no corre peligro, pero mi hija se pregunta, como todos nosotros, si vale la pena alargársela con el dolor y el sufrimiento que la pobre gatita está padeciendo. Sara me lo dice con lágrimas en los ojos. Perder de golpe, en menos de una semana a los dos animales que han compartido nuestras vidas durante tantos años es muy duro.

Y una vez más, mi pálpito resultó cierto aunque en esta ocasión sirvió para poder encontrar a Scarlett y ahorrarle unas horas de abandono y desamparo en la calle bajo un coche, herida y dolorida.

Verano peculiar. Se mezclan en mí el amor que descubro que llevo en mi interior y el dolor por las pérdidas, el amor que mis animales me han hecho sentir, que me han ayudado a exteriorizar, que me hace sentir sensible y amorosa, que ha resquebrajado seriamente la armadura, la coraza que me puse hace años por no verme capaz de sostener el dolor.

Vale la pena amar, vale la pena sentir, vale la pena entregarse a esos bellos sentimientos, sin condiciones, generosamente. Vale la pena arriesgarse en el amor, arriesgarse a sentirse herido y seguir con el corazón abierto, porque si lo cerramos, se muere y nosotros con él.

En memoria de Bruce y con la esperanza de que Scarlett nos acompaña un trecho más del camino.






jueves, 20 de agosto de 2009

Me voy....

Me voy a mis montañas
Me voy a recuperar fuerzas, a respirar aire fresco
Me voy a cerrar círculos, a integrar aprendizajes
Me voy a sentirme a mí misma como ser vivo entre los árboles y la hierba, entre el cielo y la tierra, entre los ríos y el viento
Me voy a sanar heridas
Me voy para volver dispuesta a lo nuevo, fresca y viva


domingo, 5 de julio de 2009

La perra

Esta es la historia de una perrita que fue adoptada de muy pequeña por una familia. Vivía feliz en la casa, se sentía querida y cuidada. Vivía confiada, entraba y salía de la casa, se paseaba por el barrio. Los vecinos la querían, por su simpatía y ternura. Cuando la veían, le daban golosinas, caricias, jugaban con ella.

Jamás traspasaba los límites de lo que consideraba su territorio de seguridad. El mundo externo a su barrio era otra galaxia y no necesitaba nada más que la atención y el cariño de los suyos.

Un día, paseando tranquilamente, sin darse cuenta llegó al límite de su territorio. Sin saber de donde le venía, salido de la sombra, un hombre la atrapó por el cuello, la zarandeó, la golpeó, la pateó y mientras lo hacía, se reía, se divertía. La perrita creyó que nunca más volvería a ver a los suyos, quedó paralizada por el terror, imaginó que ese hombre se la llevaría y la maltrataría hasta matarla para su propio placer.

Afortunadamente, el hombre la soltó ante el portal de su casa. Magullada, herida y muerta de miedo, jadeando y sollozando, corrió hasta encontrar a su ama, mostrándole sus heridas. El ama la miró con cara de desprecio y soltó: pero si no es nada, anda que no eres quejica! Con la manguera la mojó bruscamente, le puso comida en su bol y siguió con sus quehaceres.

La perrita se sintió aún más herida, abandonada a su suerte. Empezó a desconfiar de todo y de todos, ya no se atrevía a salir a pasear por si volvía a aparecer el hombre malo. Se volvió huraña, triste, agresiva. Empezó a odiar al mundo. Ya nadie le hacía caricias, ni le sonreía ni jugaba con ella, nadie le prestaba atención.

Ladraba en cuanto veía a un desconocido, mostraba sus dientes, incluso llegó a morder a alguna visita de sus amos. Cuando esto ocurrió, su ama la llevó al veterinario diciendo que ya no podía soportar tanta agresividad, que resultaba incómodo y violento tener a un animal así en casa. El veterinario recetó unas pastillas para aplacar la conducta violenta de la perrita. Y efectivamente, se convirtió en una sombra, encerrada en ella misma, sin relacionarse con nadie, medio dormida todo el día. Ya no ladraba ni mordía y tampoco jugaba ni paseaba. Se sintió muy desgraciada.

Al cabo de los años, ya de adulta, decidió irse de su casa e intentar encontrar a un amo que la cuidara y le devolviera la confianza y la alegría que había perdido. Entendió que para que eso ocurriera debía ser agradable y mostrar todas sus gracias pero internamente seguía desconfiando. Vagó durante años por las calles de la ciudad, aprendió a sobrevivir sola, a buscarse la comida y cobijo para las noches.

Un día se topó con un hombre joven y guapo. La miró y la acarició. La perra clavó sus ojos en él y encontró lo que hacía tanto tiempo que buscaba y no encontraba. Decidió que él sería su amo. Le mostró todo lo que sabía hacer, hizo monerías, saltos, piruetas. Él se reía, se divertía y parecía encantado con la perrita. Ese fue uno de los días más felices para ella y volvió a su cobijo, durmió con dulces sueños, esperando que llegara el amanecer para volver a encontrarse con el joven. Estaba dispuesta a seguirlo fielmente, a confiar en él, a darle todo lo que había estado guardando durante tanto tiempo, a seguirlo allá adonde él fuera.

Su decepción fue enorme cuando el joven no apareció. Pasaron días, semanas, meses sin volverlo a ver. Ella no se resignaba, él le había mostrado cariño y admiración. Un día lo volvió a ver. Su corazón se llenó de alegría y él volvió a mostrarse encantado de verla. Volvieron a jugar y a pasarlo bien juntos.

Así pasó muuuucho, muuucho tiempo. La perrita aprendió a esperar a su joven "amo", aprendió a apreciar los buenos ratos que pasaban juntos aunque él nunca se la llevó a su casa. Decía que no tenía una casa preparada para acoger a un perro, que no sabría cuidarla tal como se merecía ella, que pasaba muchas horas fuera de casa y ella se sentiría muy sola.

La perrita se mantuvo fiel. Se conformaba con los mendrugos y restos de comida que él le traía de vez en cuando, cuando aparecía tras días y semanas de desaparición. Alguna vez comió de lo que le daban otros paseantes, cuando pasaba mucha hambre. Aceptó caricias y atenciones pasajeras para sobrevivir mientras seguía anhelando, secretamente, que su joven amigo apareciera y le diera un festín de comida y de ternura.

Ella siempre lo recibía con sus mejores galas, frotándose contra él tiernamente, mirándolo con ojos de necesidad, suplicando con la mirada que la atendiera, que le hiciera caso, que se la llevara a casa. Se adaptaría, haría lo que él quisiera, se quedaría quieta en un rincón sin molestar mientras él hacía sus tareas. Guardaría la casa mientras él salía con los amigos, protegería sus cosas. Pero él seguía diciendo que no, que no podía hacerse cargo de un perro, que no tenía tiempo, ni las condiciones necesarias para ello.

Un día la perrita salió a pasear. Sus pasos se dirigieron hacia casa de su amigo, con la esperanza de verlo, de saber cómo era esa casa que tanto anhelaba, de ver qué tipo de vida y de amigos tenía él. Creyó morirse cuando vio, en el jardín, a otro perro.

Se sintió herida en su dignidad, una herida antigua que se volvía a abrir. Vio a su "amigo", lo miró con cara de tristeza, se dió la vuelta y se fue.

Entendió que para encontrar a un amo que la quisiera de verdad debía mantenerse digna, sin aceptar mendrugos y migajas, restos dejados por otros perros.

Y así es como, con el tiempo y ayudada por perros amigos, logró que la herida cicatrizara.

El día que desapareció la última marca de esa cicatriz, la perra se transformó y se convirtió en una bella princesa, tierna y amorosa, sobretodo con ella misma. Nunca más volvió a pasar hambre, no tuvo que volver a aceptar migajas dejadas por otros.

Se abrió al amor y a la confianza, tal como era antes de sufrir aquel horrible incidente del hombre que la maltrató.

Recuperó su esencia.


lunes, 29 de junio de 2009

Fantasmas del pasado

Las 4 emociones básicas: miedo, alegría, tristeza e ira. Nos surge exclamarnos: coño!, sólo hay una buena! Pues no, todas son necesarias. Aunque quizás la más agradable es la alegría, las demás, miradas de cara y sentidas conscientemente pueden ser, como mínimo muy útiles. Todo depende de como las utilicemos.

El otro día sentí mucha rabia. Sentí como si me hubieran dado un portazo en las narices en un momento doloroso para mí. Me encendí, herida en algo muy profundo y se repetía una frase en mi interior: cuando más los necesito, desaparecen.

No sabía qué hacer con ella y estaba dispuesta a no tragármela como hago habitualmente. La falta de costumbre de manejarla me hacía sentirme como un león en jaula. Me vino una idea a la mente, quizás descabellada, quizás no tenía nada que ver con la causa de mi ira, pero fue lo único que se me ocurrió para darle una salida que me aliviara. Llamé a otro amigo, que es terapeuta, y le pedí ayuda para mi plan a lo cual es se mostró entusiasmado con estar a mi lado en ese momento.

Me encontré con él, llorando de ira, las mandíbulas apretadas. Mi plan era volver al barrio donde viví de pequeña para rememorar el episodio del abuso que sufrí, acompañada de mi amigo, sostenida por él. Otra frase se repetía sin cesar en mi mente: quiero pegarle una patada en los huevos al cabrón que abusó de mí.

Reprodujimos la escena, él haciendo de abusador, con el recorrido exacto de aquel momento. Recuerdo todos los detalles y los sitios exactos donde fue ocurriendo todo.

Quiero explicarlo con todo detalle para vergüenza del cabrón ese que ha condicionado gran parte de mi vida:
Yo tenía 7 años y volvía a casa del colegio sola. Era invierno, 6 de la tarde, ya de noche. En una bocacalle, salido de la sombra, un hombre surgió y me agarró del brazo diciendo que me fuera con él hacia el callejón oscuro para acompañarme a casa. Me resistí por dos veces diciéndole que mi casa no era por ahí. Ante mi insistencia, él cambió de opinión y me dijo:¡ pues te acompaño! Con la mano izquierda me agarró del cuello fuertemente y con la derecha, sacó su polla y empezó a masturbarse. Me obligaba a mirarlo. A medio camino, empezó a eyacular y me dijo: mira, mira la leche, ¿la quieres probar? Sentí mucho asco sin saber bien lo que estaba viendo. A partir de ese instante me bloqueé y no recuerdo qué pasó hasta llegar ante el portal de mi casa. Sólo recuerdo el terror que sentí, sin saber si él me soltaría o se me llevaría, me raptaría, me mataría, me cortaría a pedacitos..... la imaginación se me disparó y me quedé petrificada por el miedo.

Llegados al otro lado de la calle del portal de mi casa, el cabrón me soltó y corrí como una posesa hasta mi casa, llorando histérica. El resto de la historia es harina de otro costal, aunque no me ayudó en absoluto a aliviar el terrible episodio que acababa de vivir.

Junto con mi amigo, tras revivir ese dramático paseo, surgió una importante información de mi inconsciente: ese era mi barrio, donde yo nací. La gente del barrio, los tenderos, los porteros de mi edificio, eran como de mi familia: Josefina y el Sr. Badía, Carmeta la pescatera, Pepe y Mari del Bar Tokiona, la charlatana de la mercería, el zapatero, Rosita de la cooperativa, el farmacéutico que siempre me daba perlitas de colores, etc...

Desde que nací me paseaba por el barrio con total confianza. Aún no caminaba que bajaba las escaleras y me iba a ver a Josefina la portera. Un poco más mayor, bajaba a que me dieran un helado. Por lo que me dicen y por lo que recuerdo, yo era una niña dulce y simpática, muy querida y confiada.

¿Dónde coño estaban todos cuando ese hombre estaba agrediéndome? El barrio era mi casa, mi territorio, era mi gente, los que me querían. Conocía a todo el mundo. ¿Dónde estaban en ese terrible momento? Nadie acudió a ayudarme, nadie hizo nada. El sentimiento de soledad, indefensión e impotencia era brutal.

En ese momento yo decidí que nunca más volvería a confiar en nadie, en nadie! ni hombres ni mujeres. CUANDO MÁS LOS NECESITO DESAPARECEN. Esa frase se iba repitiendo y repitiendo y repitiendo. La misma que ese mismo día había estado repitiendo al sentirme abandonada en un momento doloroso para mí.

Afortunadamente en ese momento de este sábado pasado estaba mi amigo abrazándome, reparando la herida profunda. Se quedó junto a mí, consolándome, acompañándome, diciéndome: vaya susto peque, vaya susto! ya pasó. Ellos estaban ahí y dió la casualidad que todos estaban atareados en sus quehaceres y no te vieron, pero estaban ahí y te siguen queriendo. Vuelve a abrirles tu corazón.

Es curioso como la vida nos va poniendo en contacto con situaciones y personas que reproducen las emociones que sentimos en un momento traumático de la infancia. Atraemos inconscientemente esas situaciones para poder sanar la herida que se produjo y que enterramos muy hondo en nuestro ser. Esa frase típica de: se me repite la misma historia, siempre es lo mismo.

La rabia que sentí el sábado fue el hilo del que pude tirar para contactar con esa herida mía de los 7 años. No sólo por el puto abusador, sino por el abandono que sentí en ese momento por parte de los míos. Intuitivamente y sin que aparentemente tuviera nada que ver mi cabreo con el episodio de mi niñez, esa ira me llevó al nudo de un conflicto que se me repite y se me repite y del que no sabía como salir.

Solemos culpar a los otros de nuestras desgracias. Evidentemente ellos tienen su parte de responsabilidad. Mi abusador es (o era, supongo y espero que ya la habrá palmao y que sufriera mucho) un auténtico hijo de puta; todos en algún momento hacemos daño a personas queridas sin tener la intención de hacerlo y eso no nos exime de nuestra responsabilidad. También es necesario que, ante situaciones repetitivas, miremos para adentro y nos preguntemos cuál es nuestra responsabilidad en eso que nos está pasando. A menudo será algo profundamente enterrado y también es nuestra responsabilidad hacer por averiguar de qué se trata, enfrentándonos a nuestros demonios, a nuestros miedos, a nuestras heridas.

Al final de la experiencia, surgió otra información de mi insconsciente, muy importante y que a menudo no se tiene en cuenta cuando se trata con temas de abusos y maltratos.
¿cuál es el beneficio que sacamos de ser abusad@s o maltratad@s? Sin esa información, nos quedamos siempre en el papel de víctimas y no salimos de la rueda del patrón de conducta aprendido. Siempre hay un beneficio, por duro que parezca.

En mi caso, surgió el pensamiento siguiente: por el puto caso que me hacen los que dicen que me quieren, quizás mejor ese hombre se me hubiera llevado. Para él sí tenía yo importancia, él fue el único que me hizo caso.

Me asusté al observar mi pensamiento pero es la clave por lo que yo puedo romper con el círculo vicioso en el que me veo inmersa en mis relaciones: decidir que no, que no quiero ser abusada, que basta de traicionarme a mí misma entregándome a personas que abusan de mí creyendo que soy importante para ellos. Ese era mi patrón de conducta y decido romperlo.

Volver a abrir mi corazón a mis padres por los que me sentí abandonada, a mis hermanos, a esos vecinos que ya no volveré a ver, reconociendo su cariño por mí aunque en ese momento no estuvieran. Estar al lado de los amig@s que me demuestran día a día que me quieren, confiar en ellos. Cuidar de mí misma con las herramientas que ahora, de adulta, tengo y que no tenía a los 7 años. Cuidar de los míos.

Levantarme cada mañana con la firme intención de hacer mi día lo más agradable y confortable posible, proporcionándome situaciones y personas que me hagan sentir bien, que nos sintamos bien juntos. Encontrar el placer y la alegría, compartir el dolor y el miedo, afrontar mi responsabilidad ante mis errores y dar la cara cuando eso ocurra.

Rechazar relaciones en las que me siento engañada y abusada. Como me decía mi amigo, ahora que todo ha salido a la luz, ya no volveré a necesitar experimentar ese tipo de relaciones.

Me quedan flecos por solucionar. Pongo hilo a la aguja, dispuesta a llegar hasta el final de esta historia e integrarla definitivamente como una experiencia que, a partir de ahora, me ayudará a ser más completa.




sábado, 27 de junio de 2009

Misterio

Llevo unos días alterada, nerviosa, descentrada. Un detalle, una información llegada a mí se ha cargado mi bienestar, mi confianza, me ha hecho tambalearme y sentirme muy confusa. En estos momentos parece que todo lo aprendido, toda la base en la que reposa la confianza en mí misma se pulveriza.

Necesidad de saber, de saber qué hacer, de "hacer lo correcto", intentos varios de meditación, de centramiento, de encontrar algo a lo que agarrarme para no sucumbir a las profundidades del desasosiego. Una lucha inútil, el desasosiego me indica que hay algo que necesita ser mirado en mi interior. Pero por mucho que lo intento, no veo nada. La neura ataca de nuevo y ciega mi comprensión, mi visión interior.

Me voy al cuerpo, sé que sabe más que mi mente, contaminada por ideas pre-concebidas, por juicios, por estrecheces. Consigo una pista que me tranquiliza y me inquieta al mismo tiempo. ¿Qué hago yo con ésto? ¿Dónde lo meto, en qué cajón de mi mente, qué etiqueta le pongo? Silencio.

Finalmente, cansada, agotada, confusa, triste, insegura, acobardada....me entrego al MISTERIO, lo abrazo, me fundo con él. Siento alivio, acogimiento, descanso. El MISTERIO me comunica que puedo meditar para centrarme en mí misma mientras el mundo gira y gira, respirando, inhalando y exhalando sin nada más por hacer; me enseña que las circunstancias actuales de mi vida están ahí para que pueda DESPERTAR como un volcán dormido, rompiendo las cadenas que me immovilizan, encendiendo el fuego de las pasiones que duermen en mi interior, narcotizadas por el miedo y por la educación; me sugiere que dude de lo que intuyo que puede ser dudoso y que no pierda el tiempo dudando de mí misma; y abre mis ojos, mis sentidos, mi corazón y todo a mi ser a la vida, a lo nuevo, a la mujer sabia (bruja) que hay en mí, mostrando lo que hay, mostrando lo que soy generosamente, incluso si lo que hay es IRA, ya que la ira me hace fuerte, me lleva a defender lo mío, me hace digna.

Solemos buscar la seguridad a través de la rutina, planificamos, queremos saber a ciencia cierta qué será de nuestra vida y nos perdemos algo tan maravilloso y acogedor como es el MISTERIO.

miércoles, 24 de junio de 2009

Tocar de pies al suelo o la mejor manera de tomar decisiones lo más acertadas posible

Si hay algo que me ha costado toda la vida es tocar de pies al suelo. Me la he pasado flotando por encima de la realidad, viviendo un sueño, una ilusión, queriendo creerme lo que idealizaba y no lo que ocurría a ciencia cierta. Desde ese lugar, las decisiones suelen ser del mismo color, por lo tanto me llevaban a frustración tras frustración, lo cual era doloroso pero yo me empeñaba en tintarlo de color rosa y seguir adelante con mis sueños o bien simplemente eliminaba de mi vida aquello que yo no quería ver. Fácil. Las consecuencias de esta actitud han sido que me he dejado embaucar, engañar, abusar por cualquiera que tuviera cierta gracia y que me mostrara un mínimo de interés.

Mi momento actual se basa en abandonar esta actitud, en tocar de pies al suelo y decidir qué circunstancias y personas son las que realmente me hacen sentir bien. A más información, más elementos reales para la toma de decisiones. Esa información choca a menudo con mis idealizaciones y eso duele. Me toca renunciar a muchos sueños y, en cierta manera, a quedarme en el vacío. Sueños largamente acariciados, repletos de ilusiones, de amores imposibles, de realizaciones vanas, que se esfuman, que se convierten en cenizas, consumidos por el fuego de la realidad.

Es momento de quemar lo viejo para que surja lo nuevo, de vaciar mis cajones internos de falsedades para poder ir metiendo en ellos lo tangible, lo auténtico, a medida que vaya apareciendo. Solsticio de verano o noche de San Juan, es lo mismo y es ahora.

Abandono un trabajo en el que he dejado la piel y el alma, creyendo que se apreciaba lo que daba. La cruda realidad es que no he sido correspondida, al menos no lo suficiente para que me quede. Ni el sueldo ni el interés por mí están a la altura de lo que yo necesito. Es cierto que al anunciar mi marcha, he recibido el reconocimiento que me ha faltado durante el tiempo que he estado, un reconocimiento moral, que no práctico. Me alivia el corazón y me voy más ligera.

Lo mismo me pasa con algunas personas. Me llega información que me hace darme cuenta de que no soy tan importante para ellas como yo había querido creer, como me emperraba en creer. Me entristece, me duele.

Todo ello tiene que ver con mi facilidad en obviar esa realidad para ensalzar lo ilusorio, lo que me gustaría que fuese y no es. Tiene que ver con traicionarme y permitir que me traicionen, con no atreverme a mirar a los ojos al miedo que me atenaza y me paraliza.

Hoy lanzo a la hoguera de la vanidad todas esas ilusiones, decidida a tocar de pies al suelo y así vivir con la máxima consciencia la realidad que aparezca día a día.


jueves, 18 de junio de 2009

La rueda de la vida

Leo la entrada de mi amiga Isabel, una vez más. La he leído muchas veces y me llega su dolor. Como ella dice, uno nunca se acostumbra a la muerte, siempre que aparece, golpea con crudeza. Y es que la vida es así, con comienzos y finales que se van sucediendo y solapando, sin parar, nunca se para y nos sorprende, por mucho que queramos planificar, por mucho que intentemos que todo siga igual.

Me viene a la mente una frase que puse como titular de un curso: lo único que no cambia es el mismo cambio. Ese es permanente. Puede ser lento o rápido, pero siempre ocurre. La impermanencia de la que hablan los budistas.

He decidido dejar mi trabajo en la residencia. Momento de grandes cambios en mi vida, de cierres, de despedidas, de tristeza. Siento un movimiento imparable en los dos sentidos. Unos van y otros vienen. Los que se van dejan espacio para los que llegan y así se crean oportunidades para todos.

Dejo mi trabajo de trabajadora social y voy a hacer immersión en el mundo de las terapias. La decisión ha ido llegando por partes y en algún momento he sentido que ya no dependía de mí, que había una fuerza superior que me arrastraba, que tomaba el mando...y me he dejado llevar, ofreciendo poca resistencia. Es la segunda vez en mi vida que siento esa fuerza. La primera fue cuando me separé de mi marido. Sí hubo una parte de mí que decidió pero había algo más, estaba esa fuerza que era más potente que yo, que se me llevaba a pesar del dolor, a pesar de no entenderlo, a pesar de mi resistencia, a pesar del miedo y de la sensación de tirarme al vacío sin saber donde caería ni cómo caería. La ostia podía ser monumental. Fue duro y difícil y más adelante me di cuenta de que fue el inicio de mi nueva vida.

Ahora la sensación es similar aunque me siento más tranquila y confiada que hace 10 años y el salto no es tan bestia. Se han conjuntado varias circunstancias que no me han dejado más opción que tomar esa decisión. Las condiciones de trabajo y sueldo de la residencia han empeorado notablemente y me hacen inviable seguir ahí. Por otro lado, las terapias me van cada día mejor y en el centro donde colaboro, se han ido personas a las que aprecio y quiero. Los echaré mucho de menos y al mismo tiempo dejan un espacio para los que llegamos, de la misma manera que yo dejaré un espacio en la residencia para alguien que necesite ese trabajo como yo lo necesitaba cuando me lo ofrecieron.

Tristeza por mis compañeros terapeutas que han decidido seguir su labor en otros lugares, tristeza por dejar a mis abuelitos, a mis colegas, a lo que ha sido casi como mi casa en los últimos tres años. He creado vínculos, algunos fuertes y duele irme.

Y también hay alegría, siento una fuerza que sale de dentro, de todo mi ser, que me dice: esto es mi vida, así quiero vivir, eso es lo que quiero hacer y tanto me dan las consecuencias, las dificultades que puedan surgir. Quiero dedicarme de pleno al mundo de la Gestalt, de la terapia corporal, eso es lo que yo soy, terapeuta.

Es un estado de Amor, de pleno convencimiento, de certeza absoluta, que no sale del pensamiento, sino de la armonía de los tres centros: cabeza, corazón y vientre; mente, emociones, instinto.

Y creo que eso es la Vocación. No sólo porque así lo siento, sino porque disfruto como una vaca haciendo este trabajo, me siento feliz, alegre y plena, sale lo mejor de mí misma. Y eso, al fin y al cabo, es lo importante, llegar a vieja o llegar ante la muerte con la sensación de haber disfrutado de mi vida, de haber hecho aquello que mejor me sienta, de haber abierto mi corazón.

martes, 26 de mayo de 2009

Recapitulación

Solemos echar la vista atrás y hacer recapitulación de lo vivido a menudo en fin de año. Yo, la verdad, no lo suelo hacer y me doy cuenta de que, en serio, en serio, no lo he hecho nunca. Hoy siento la necesidad de hacerlo, de una forma amplia y extendida en el tiempo. ¿Cuánto tiempo? No lo sé, años, bastantes años. En realidad, no me importa el tiempo sino poder observar los cambios, las pérdidas, los logros, la evolución y cómo se ha ido desarrollando todo ello.

Tengo la sensación de haber vivido dos vidas en una y quién sabe si vivirá más. De lo que sí soy consciente actualmente es de dos partes muy diferenciadas: mi vida antes y después de divorciarme; una de inconsciencia y automatismos y otra de inicio y desarrollo de la consciencia, del autoconocimiento, del proceso personal, que me han traído hasta el momento presente. Hace exactamente 10 años estaba en plena crisis existencial, con un gran malestar en mi vida de pareja y sin saber qué haría con mi vida si finalmente decidía separarme, lo cual hice a los pocos meses.

Pero... quiero empezar esta recapitulación de otra manera. Quiero empezar por recordar a las personas que he perdido a lo largo de mi vida, que han muerto en el transcurso de los años vividos.

Mi primera pérdida fue mi abuela materna. A mis abuelos paternos no llegué a conocerlos. Mi abuela, Mamie, murió cuando yo tenía 7 años. Sé que fui consciente de su muerte,no me lo escondieron ni nada de todo esto, pero no recuerdo haber sentido dolor. Me entristeció no volver a verla, era afable y agradable. Íbamos todos los miércoles, toda la familia, a comer a su casa.
5 años después murió mi abuelo, Papi. Era muy viejo, casi 90 años y en los últimos años estaba demente y me daba miedo. Era un hombre muy severo y no especialmente cariñoso.

Durante muchos años no hubo ninguna muerte más en mi familia. No fue hasta 1 año después de casarme cuando yo tenía 24 años, que murió mi tío Jorge, el único hermano de mi padre, que se fue tras una extraña enfermedad, con 58 años. Me dolió, lo quería mucho, era un buen hombre, agradable, simpático, con buen humor. Curiosamente, el mismo día de su entierro, murió otro tío mío que ya tenía 80 años, de golpe, de un infarto, al regresar del funeral de mi tío Jorge. El tío René. Lloré mucho con esa doble desaparición. Macabramente, mi jefe de aquel entonces me dijo: ¡¡Usted los mata por pares!! Un poco de humor negro que me hizo bastante gracia dentro de la desgracia.

Algunos años después desapareció mi amiga Magda, compañera de trabajo en la agencia de viajes. Tenía una enfermedad, Lupus eritematoso. La fui a ver al hospital el día antes de su muerte. Acababa de nacer mi segundo hijo, Alex. Entretanto, sufrí el aborto donde perdí a mi hijo no nacido.

Después vino una época de varias muertes sucesivas. En pocos meses se fue mi primo y padrino, Juan, al que adoraba; su hermano y también primo mío, Roberto y mi tía Thérèse, hermana de mi madre. Poco después, la mejor amiga de mi madre y madre de mi mejor amiga, Ana María, con la que yo había pasado muchos veranos de mi infancia y adolescencia.

Mi tía Mª Angela se fue tras un cáncer de páncreas y después mi prima Mireille, también de cáncer.

Mi suegro murió en el año 93 y mi suegra en el 2004. De mi suegra, me doy cuenta de que no la he llorado mucho y eso que la quería. En parte, esa recapitulación de mis pérdidas es una forma de recordarlos y de reconocer la importancia que han tenido en mi vida. Mi suegra Nuria era una buena persona y la quería, además de ser guapísima. Conviví mucho con ella, a veces a mi pesar y en el cómputo general, el balance es que había mucha estimación y cariño entre ella y yo. La echo de menos.

Las dos últimas muertes han sido para mí las más dolorosas: primero Alberto, mi ex marido y padre de mis hijos, hace ya más de 3 años (parece que fue ayer y aún me cuesta aceptar que él ya no esté). Fue el amor de mi vida y aunque hubo mal rollo al final, él ha sido hasta ahora el hombre más importante de mi vida; la otra es la de mi querida amiga Nuria, a la que considero mi segunda madre, mi compañera de confidencias, de largas conversaciones en la montaña, entre los pinos, el amor más sincero, puro y auténtico que he vivido nunca. La añoro mucho.

En cuanto a mi vida personal e íntima, mi primera gran pérdida fue la de mi inocencia, la de la niña confiada, alegre y tierna por causa de un abuso sexual puntual en plena calle en una hora punta del día. No voy a extenderme en detalles, no me apetece. Lo único que diré es que ese hecho ha tenido muchas consecuencias en el desarrollo de mi carácter y de mi ubicación en el mundo, creándome desconfianza en mis relaciones y una fuerte tendencia a no contar con nadie, a apañármelas siempre sola y a tener una gran dificultad en pedir ayuda. En la polaridad opuesta, desarrollé una forma de seducción en la que intentaba agradar a toda costa, no creyéndome merecedora de amor, aprecio y estima, por lo cual, aunque en apariencia era fuerte y autosuficiente, en la práctica, sin darme cuenta, me dejaba "abusar" por personas, situaciones, trabajos, etc. 
He entendido que, con diversas formas, se repiten en nuestras vidas las situaciones que reproducen las escenas dolorosas en las que adoptamos un patrón de conducta, y se repiten para darnos la oportunidad de darnos cuenta de ello, aunque lo hayamos olvidado, para sanar esa herida y poder cambiar esa actitud que, en su momento nos permitió sobrevivir y que actualmente nos frena y nos perjudica.
Hoy estoy en pleno proceso de sanación de esta herida, reubicándome en el mundo, poniendo límites, contactando con lo que yo quiero, motrando y expresando mis sentimientos aunque no gusten a algunos....abandonando la actitud de dejarme abusar, cuidándome y tomando decisiones que me hacen sentir bien, digna, sobretodo digna. Gran palabra, DIGNIDAD.

En mi vida de casada fui feliz durante muchos años hasta que dejé de serlo. Mis hijos son lo mejor que me ha pasado. Decidí separarme, sin ser muy consciente de ello en aquel momento, cuando finalmente puse un límite a la actitud abusiva que tenía mi marido conmigo y que yo había dejado que ocurriera por "no discutir" y crear mal rollo.

Y ahí aparece mi segunda vida en la que, poco  a poco, con muchas dificultades y dolor, ahora puedo decir que ha valido la pena, que la sigue valiendo y que me va de puta madre hacer esta recapitulación para darme cuenta de los logros. A veces me olvido de como estaba hace 10 años, de lo perdida que estaba y ni en la más fantasiosa de las fantasías podía imaginarme poder llegar a lo que he llegado, a sentirme tan bien como me siento ahora. Volver la vista atrás y ver el camino andado me da fuerzas, ánimos y sobretodo, alegría. He pasado penuria, he llorado de impotencia, de tristeza, me he sentido agotada, sin fuerzas para seguir, en la oscuridad total, sin saber para donde tirar. Me he sentido sola, muy sola.

Hoy, me siento bien conmigo misma, me siento bien en mi casa, con mis hijos y mis animales; me siento bien con mi familia, con mis amigos, con mis colegas. Hoy me siento parte del mundo, de la humanidad. Poco a poco, todo se va colocando, aunque a veces me duele cómo ocurre esa recolocación, pues aparentemente va en contra de mis deseos. Aparentemente, ya que la experiencia me demuestra que al final, eso que me duele, eso que va en contra de mis expectativas resulta ir a favor de lo que quiero por derroteros que no podía imaginar.

Trabajo de lo que me gusta y me gano la vida con ello, lo suficiente para vivir bastante bien. De mi vida han ido desapareciendo (que no muriendo) las personas y situaciones que ya no servían para mi evolución, para mi bienestar. También eso me ayuda a aceptar ciertas pérdidas de personas a las que he querido o quiero.

A los 7 años, con el abuso que sufrí, perdí la alegría, perdía la inocencia, perdí la confianza. Me ha costado casi toda mi vida recuperarlas. En ello estoy.

Me olvidé de reir, me olvidé de disfrutar, me olvidé de jugar.

El círculo se cierra. 44 años después recupero la inocencia, la alegría, las ganas de jugar y de reír.

Esa es la conclusión de mi recapitulación. Sin más.


lunes, 18 de mayo de 2009

Generosidad

Ayer mi amigo Quim me invitó al teatro.  Por ser actor, tenía invitaciones y me dijo de ir con él. No le pregunté qué íbamos a ver, esa es una actitud nueva en mí, seguir mi impulso sin querer tenerlo todo controlado. Creía que era una obra y no, era un concierto, música contemporánea que en principio no me gusta. 

"Piturrino fa de músic". Ese es el nombre del espectáculo. Al inicio me puse tensa y pensé: joder, vaya mierda, eso no me va a gustar. Entonces me relajé y pensé: estás aquí y si estás aquí es que ahora mismo éste es tu lugar. Relájate y déjate entrar esta música, sea como sea. Entrégate a ella, a escuchar, a ver como se mueven los músicos, el director y cuando acabe ya decidirás si te ha gustado o no. 

Me metí totalmente, parecía que sólo existiera la orquesta y yo. No me di cuenta del resto del público, incluso me olvidé de mi amigo. Toda la atención estaba puesta en lo que se desarrollaba en el escenario, en los movimientos de los músicos y del director, en los colores, en las notas, en los instrumentos que las emitían, en observar y apreciar la maravillosa sincronía que se estaba produciendo ante mis ojos. En un momento dado, tuve la necesidad de sentir que lo estaba compartiendo, miré a mi amigo y me arrimé a él, sintiendo su contacto. Tuvimos una mirada cómplice, me preguntó si estaba bien y le contesté que sí. Volví a sumergirme en el espectáculo.

Había momentos en que la música me chirriaba, me hacía sentir mal, me removía y no me gustaba. Otras me encandilaba, me apasionaba, me deleitaba. Al acabar, me di cuenta de que me había encantado, que era un caos perfecto, una explosión de creatividad, un acto de generosidad por parte del autor, Carlos Santos.

 Ese mismo día me estaba sintiendo apretada, encogida dentro de mí misma, como muchas veces me he sentido y estaba sintiendo la necesidad de expansionarme, de darme, de entregarme con todo mi ser a la vida, en un acto generoso de darme a mí misma, de compartirme, no por esperar una recompensa, un premio o un reconocimiento sino por el placer de explosionar con todo lo que soy, sin escatimar nada de mí y así sentirme viva y disfrutar, haciendo disfrutar a los otros, como hace Carlos Santos con su espectáculo.

Ese concierto ha sido perfecto para mí por el momento que estoy viviendo, porque se trata de eso. Este tío me dio una gran lección que yo estuve a punto de desaprovechar, despreciándolo al principio del concierto y sin darle la oportunidad de escucharlo, condenándolo de antemano. La única que habría salido perdiendo soy yo. Fue un regalo y lo recibí porque previamente  me había entregado, dispuesta a recibir, dispuesta a que me llegara lo que hubiera, aunque no me gustara. La sorpresa fue que sí me gustó y hacía falta escucharlo todo para poder saberlo. 

Vivir la experiencia en vez de imaginarla, en vez de elucubrar, en vez de montarme la película en mi coco anticipando el resultado, sea mi anticipación a favor o en contra. Si es a favor y el resultado no corresponde con mi idea, sentiré frustración; si es contra, me cierro a la experiencia y me la pierdo.

Eso es la generosidad. Entregarme sin condiciones ante el que se entrega sin condiciones. Y ahí surge el milagro de la vida, en el aquí y el ahora, en el presente.

 

domingo, 12 de abril de 2009

Carta a mi hijo no nacido

Tardaste en llegar a mi vientre, me impacienté creyendo que no querías venir. Deseaba tu presencia y, al fin un día, ahí estabas!! Mi corazón se llenó de alegría, mi útero de vida. Ibas conmigo a todas partes, al trabajo, a casa, a la cama, en la cocina o en el salón; en las visitas a la familia, en los paseos y excursiones, al cine, en mis baños en el mar.

Hacía dos meses que vivías y crecías dentro de mí y una mañana al levantarme, advertí una pequeña mancha rosada. No le dí importancia o.... no quise darle importancia. Había oído que en los primeros meses de embarazo podía ocurrir coincidiendo con la menstruación. Me encontraba bien. No acudí al médico, de hecho no tenía. Eras mi segundo hijo y había decidido cambiar de ginecólogo, descontenta con el que me llevó durante la gestación de tu hermana Sara. Aún no había decidido a cuál ir, en ello estaba. Se lo comenté a mi hermana, tu tía y me aconsejó estar alerta hasta que fuera al médico. Pasaron un par de semanas y alguna que otra vez, muy esporádicamente, volvía a aparecer alguna manchita. Me hacía tanta ilusión tenerte que no quise enfrentarme a la posibilidad de que no estuvieras bien.

Aquel viernes 16 de septiembre de 1988 se casaba mi primo en St. Feliu de Guixols. Acudí a la boda, orgullosa de que fueras conmigo, ahí dentro de mí. Con tu padre, regresamos de madrugada, sobre las 3. Al llegar a casa e ir al baño antes de meterme en la cama, cansada y feliz, el tiempo pareció paralizarse al darme cuenta de que la sangre salía a borbotones de mi interior. 
Esperamos a que se hiciera de día y tu padre me llevó a la clínica donde había nacido Sara. Era sábado. Tenía la sensación de estar desangrándome por completo. En la clínica QUIRÓN (y lo pongo en mayúsculas para que se vea bien claro), tras explicar en recepción lo que me estaba ocurriendo y decir que el ginécologo que me había llevado en el anterior embarazo era médico de ahí, con una frialdad pasmosa me dijeron que no tenían urgencias ginecológicas y nos echaron a la calle sin miramientos. Nunca se lo he perdonado y no he vuelto a poner los pies ahí.

Tu padre y yo nos quedamos en mitad de la calle sin saber qué hacer, y era urgente tomar una decisión. Me sentí muy mal por no haber decidido ir al médico antes pero aquel no era momento para lamentaciones. Los dos corríamos peligro. La lógica y la urgencia se impusieron: ¿problemas ginecológicos?: Dexeus. Y ahí nos dirigimos sin dilación.

En Dexeus, sin preguntar nada y con la máxima celeridad, una vez explicamos el problema, me encontré inmediatamente atendida por una doctora, a la que nunca olvidaré, por su amabilidad, su dulzura y su sinceridad: alto riesgo de aborto, no te voy a dar nada para intentar salvar al bebé, eso sólo alargaría la agonía y si lo tienes que perder, lo perderás igual. Te vamos a hacer una ecografía, aunque los ecógrafos habituales, al ser sábado, no están en funcionamiento. Lo haremos con uno portátil que no es tan preciso.

En la ecografía te vi, minúsculo y aún vivo. Tu pequeñísimo corazón latía. Lloré mucho ante la posibilidad de perderte. Nos enviaron a casa con la consigna de que, si no pasaba nada antes, volviéramos lunes cuando la clínica funcionara ya con toda normalidad. Me pasé el resto del sábado y todo el domingo estirada en la cama, sólo levantándome para ir al baño. Estaba débil, la hemorragia continuaba con grandes coágulos.

Domingo por la noche empecé a sentir dolor. Eran contracciones de parto. Tu padre me llevó urgentemente a Dexeus otra vez. Volvieron a hacerme otra ecografía y, para ello, debía beber mucha agua sin orinar. Al entrar en la consulta para finalmente hacerme la ecografía, fui al baño previamente para limpiarme de la sangre que seguía brotando. Sentí como caían los coágulos y uno fue mayor que todos los demás. Al mirarme el médico, me dijo que ya no estabas. 

Las contracciones y el dolor desaparecieron y yo me sentí aliviada. Aquella noche la pasé en una habitación de la clínica. Era la noche del domingo 18 al lunes 19 de septiembre de 1988 y en la tele daban la inauguración de los Juegos Olímpicos de Seúl. Me quedé sola, me sentía bien. 

Al día siguiente me hicieron un raspado para eliminar cualquier resto del embarazo y evitar infecciones. El martes fui a trabajar y mi vida siguió su curso. Mi facilidad en evitar el dolor de las pérdidas me llevó, como siempre, a ver el lado positivo de la situación: si te habías ido era porque no estabas bien y era mejor así. No volví a llorar, no volví a sentir la tristeza por tu no existencia.

Al cabo de 5 meses me volví a quedar embarazada de tu hermano Alex, el pelirrojo. Cuando nació pensé que sin tu muerte, él no hubiera existido y eso también me reconfortaba. Poco a poco te fui apartando de mis pensamientos y de mi corazón, como si no hubieras existido. Sólo de vez en cuando, y sin un atisbo de dolor, recordaba tu breve existencia. A veces contaba riendo como te habías ido por el desagüe del water. ¡Qué habilidad en no conectar con el dolor y la tristeza!

Anoche, cenando con un buen amigo en un restaurante, te recordé, y no sólo eso: te hiciste presente, sentí tu presencia a mi lado, tan viva, tan cierta como si te estuviera viendo. Sentí como me susurrabas al oído: mamá, yo también soy hijo tuyo. Lloré, lloré mucho sin poder parar, como lloro ahora escribiéndote esta carta, lloro todo lo que no lloré cuando te fuiste.

Hijo mío, lo siento, siento haberte excluido de nosotros, siento no haber ido antes al médico para intentar salvarte, en mi inconsciencia, en mi incapacidad por asumir el peligro que corrías, por mi miedo a perderte. Me duele mucho la manera en que saliste de mi cuerpo, de mi vientre y por donde te fuiste, aunque tu corazón ya no latiera. Eres mi hijo y no supe cuidar de ti, ni en la vida ni en la muerte.

Esta carta que hago pública en mi blog es mi tardío reconocimiento a tu calidad de hijo mío y de tu padre, al que espero hayas encontrado entre las estrellas. 

No sé si eres niño o niña. Siempre te he imaginado niño. Yo no he gestado a 2 hijos, he gestado a 3, aunque tú no llegaras a nacer. Te quise, te deseé intensamente, viviste un tiempo en mi vientre, estuvimos unidos por el más íntimo de los lazos, el del amor y el del cuerpo. Durante este tiempo, tú y yo éramos dos en uno. Mi respiración era tu respiración, mi alimento, tu alimento, mi vida la tuya. No existe vínculo más potente y sagrado.

Te quiero y te añoro, hijo mío. Siempre estarás en mi corazón.

viernes, 27 de marzo de 2009

Marie de Hennezel, psicóloga y psicoterapeuta

"El corazón envejece cuando nadie solicita tu atención"

IMA SANCHÍS  - 26/03/2009

Tengo 62 años. Nací en Lyon y vivo en París. Casada por segunda vez, tengo 2 hijos y 6 nietos. Estoy semirretirada, escribo y doy seminarios sobre cómo envejecer bien. Soy experta en cuidados de enfermos terminales. Creo en Dios, pero prefiero la espiritualidad al dogma

A algunos de mis pacientes se les despertó el miedo a la vejez cuando alguien les cedió el asiento en el metro. 

En su caso, ¿cómo fue? 

Yo me di cuenta de que era mayor cuando tuve miedo de subirme a una escalera para limpiar la chimenea de casa.

Así, de sopetón. 

Sí, ocurre repentinamente, como la primera arruga, pero los 60 es la edad simbólica, cuando te dan el carnet sénior y te jubilan.

Europa está llena de séniors. 

Somos la generación del baby boom,vamos a vivir muchos años y nos da mucho miedo envejecer, pero hay dos maneras de hacerlo: como un descubrimiento y un crecimiento, o como un naufragio.

Cuestión de carácter. 
 

Las personas optimistas se adaptan a los cambios y han aprendido a ocuparse de los demás. Las que lo llevan mal suelen ser personas muy narcisistas que no han resuelto sus problemas emocionales yno tienen confianza en sí mismas ni en la vida.

¿Y dice usted que se puede aprender a envejecer con soltura? 

Sí, y la edad idónea son los 60, cuando somos absolutamente conscientes de lo que está en juego. Después, a los 70 u 80 años, es difícil cambiar, y ante la vejez hay malas y buenas actitudes.

Hábleme de ellas. 

Las personas que envejecen bien están en paz con su pasado, han trabajado los remordimientos, los reproches y las frustraciones. La ligereza de espíritu es condición para envejecer bien.

Si estás ocupado con algo que te interesa, el pasado pierde peso. 

Sí, es muy importante estar activo, pero hoy en día después de la tercera edad, que termina a los 75 años, viene la cuarta y la quinta (a partir de los 90 años), donde la vida interior es sumamente importante porque probablemente ya seremos dependientes y nuestro espacio puede ser muy reducido. Hay que estar preparado para aceptarlo.

¡Qué miedo! 

Esta sociedad no es para viejos, la gente llega a la vejez muy sola. Todos nuestros valores tienen que ver con ser joven. Por eso, cambiar la mirada de la sociedad sobre la vejez es un desafío y una responsabilidad para mi generación, porque hasta nuestros hijos temen nuestra vejez. No debemos convertirnos en una carga para ellos.

Ser dependiente no depende de uno. 

En parte. Si nos cuidamos psíquica (dando más importancia a la vida interior) y físicamente (comer bien, no fumar, hacer ejercicio), estaremos mejor. Y, aun siendo dependientes, podemos desarrollar cualidades interiores que nos ayuden a vivir mejor.

... Y eso hay que hacerlo a los 60. 

Sí, debemos aprender a estar bien con nosotros mismos y cultivar placeres como el de la contemplación de la naturaleza o la música, de manera que si llega la dependencia o la silla de ruedas tengamos recursos. Si uno aprende a recibir de los otros, el día que esté enfermo vivirá mejor esa situación, sabrá abandonarse a los otros.

¿Usted prepara a la gente para eso? 

Sí, la entreno en la meditación y en el placer de permanecer sin hacer nada y hablamos. Hay muchas cosas que uno debe trabajar a los 60 para saborear más tarde la vida.

¿Cuáles son los testimonios de ancianos que más le han conmovido? 

Los que tienen el sentimiento de que es una suerte envejecer porque hay mucha gente que muere joven; los que saben que el corazón no envejece.

El corazón se endurece. 

Cierto, pero la facultad de desear y de amar es lo que nos hace avanzar. He visto a mucha gente en los asilos replegada en sí misma, pero he visto también cómo las atenciones y las caricias diarias de una enfermera han devuelto la alegría de vivir a alguna de esas personas. El corazón humano nunca pierde la esperanza de amar y de ser feliz.

Sigue siendo triste. 

Lo que esto pone en evidencia es la responsabilidad que tenemos los unos hacia los otros, porque el corazón envejece cuando nadie solicita tu atención, tu ternura.

Sin afecto, es difícil disfrutar de nada. Sin afecto, morimos; pero hay que saber que si damos esperando recibir, no recibiremos nada. Las personas resplandecientes que he encontrado tienen una mirada sobre lo que las rodea benévola, y estas personas atraen a los otros. Los 60 años es una ocasión para reflexionar en profundidad sobre el amor.

¿Cómo prepararse para la muerte? 

En todas las tradiciones, contemplar tu muerte te hace más justo y ecuánime. Los indios americanos representan la muerte como un pájaro que llevamos sobre nuestro hombro. Todas las mañanas el pájaro nos pregunta: "¿Y si fuera hoy?"... Prepararse para morir es estar lo mejor posible en tu vida.

Aceptada la vejez, ¿cuál es el temor? 

Envejecer en una residencia, porque son instituciones que no tienen ningún respeto por el ritmo de cada persona. Hay que levantarse, comer, cenar y dormir a la misma hora. De repente, tras haber dormido toda tu vida en una cama grande, te meten en una camita de niño: sólo eso ya es una violencia.

Hay que cambiar las estructuras. 

Muchos grupos de amigos en Francia montan una comunidad, viven juntos pero no revueltos, establecen sus normas y se comprometen a que si uno cae enfermo, se vuelve dependiente o demente, el resto lo cuidará.

 Miedo al futuro

Conoce los miedos de sus pacientes y los propios ante la vejez. Para esa numerosa generación, hijos del baby boom,que ha pasado la barrera de los 60 ha escrito La suerte de envejecer bien (Plataforma), más de 100.000 ejemplares vendidos en Francia, donde hace frente al abismo de la cuarta y la quinta edad, cuando la movilidad queda muy reducida, y proporciona claves para vivir mejor la dependencia sin dejar de advertir que esa posibilidad está en el futuro de todos y de que ya va siendo hora de que dignifiquemos la vejez. "En hebreo, la misma palabra sirve para designar felicidad y vejez. Debería ser el tiempo en el que cultivar más nuestra alma y dar nuestra sabiduría a quienes nos siguen".

martes, 24 de marzo de 2009

De la seriedad y la risa

Recibo este correo de mi amiga Lía. Me ha encantado y lo comparto:

LA ONDA ENCANTADA DEL MONO AZUL


A veces la seriedad se come los mejores momentos, especialmente cuando la obligación de ser serio se impone como una regla intransable. Parece que hay cosas en la vida que son definitivamente serias y que la única manera de enfrentarlas es sin un atisbo de broma. Es una creencia antigua y asentada por siglos en la mentalidad que nos ha modelado a muchos, “la risa abunda en la boca de los tontos” decía mi madre y “no estoy para la broma” o “esto no es broma” agregaba mi padre, haciendo parecer, con eso, que había temas en la vida que jamás podrían acercarse, siquiera un poco, hacia lo no serio, Dios era tan serio, como lo era el futuro, como las enfermedades, el respeto era algo sometido a la seriedad. Y así las cosas, la diversión, el humor, la risa y tantas otras formas de la alegría, quedaron relegadas a mínimos momentos, a momentos especiales: una salida dominical, un circo, alguna programación televisiva, un cumpleaños, una fiesta en la playa, eventos, sólo eventos esporádicos, aislados en el tiempo y apartes del resto de la vida. Así, la vida se hizo seria, y ensimismados en resolver los grandes conflictos de la existencia, nos quedamos pegados, era imposible imaginar a los filósofos riendo a carcajadas o a los padres de la iglesia bailando payasescos en la mitad de la nada. Y se hizo dura la vida con tanta sombría seriedad, el trabajo es algo serio, sonreír sólo es una parte de la mercancía que venden los comercios y con ciertas exigencias estéticas, pero el resto del trabajo es serio, el profesor con sus alumnos y la formalidad de la relación que se establece entre ellos, a veces hasta por cuatro o cinco horas diarias y todos ¡tan serios!, a veces se registran, en los libros de clases, frases que hablan de chicos o chicas que se ríen en las clases y ello es una falta.

 
Después, la religión, la espiritualidad, las oraciones, los maestros ascendidos y las meditaciones profundas, todo serio, todo en serio, porque aquí se está hablando de la trascendencia y l a trascendencia es algo muy, muy serio.

Pero todo eso no es más que una creencia, una creencia con un origen y un desarrollo predecibles, una creencia perfectamente identificable en el tiempo, así de creencia, así de impuesta, así de surgida de la nada.
 
Las creencias generalmente surgen de detalles insignificantes, los que vistos en el momento en que surgen, es casi un chiste imaginar la trascendencia que posteriormente pueden alcanzar
Una historia que leí por no sé dónde (¡qué poco serio!), habla de un maestro que era interrumpido en sus lecciones por un gato, y que para evitar tal interrupción mandó a encerrar el gato antes de cada prédica, lo que sagradamente se hizo cada día, cuando el maestro murió, el gato continuó siendo encerrado y la descendencia del gato también, y se convirtió en un símbolo, que con el tiempo, superó el recuerdo del maestro.
 
Pienso en los rituales religiosos, en que por ejemplo lavar los pies de otros haya tenido un sentido dulcemente práctico y que luego tal gesto se haya asumido como un gesto trascendente en sí y por el cual nadie recibe nada práctico, sino que sólo un contenido que es mucho más complicado que el gesto. En fin, historias sobran, una amiga contaba que un matrimonio estaba a punto de separarse porque ella tenía la costumbre de cortar la cecina, el jamón, en cuatro trozos, el marido lo consideraba mezquino y alegaba, averiguando el origen de esta forma de actuar de la mujer, se supo que así hacía su madre y, por ella, que así hacía la abuela, entrevistada la abuela, por suerte aún viva, reveló que lo hacía para que la cecina tuviera cabida en un recipiente sellado que usaba para refrigerarla, así había nacido la costumbre que la nieta no podía dejar, porque así le habían enseñado y así tenía que ser.
 
Piensa: ¿cuántas cosas hacemos por creencias? “Que la vida es seria”, “que sólo el esfuerzo rinde”, “que no se ríe en los velorios”, “que la vida no es una broma”, “que se nota que ha madurado porque ahora se toma las cosas con seriedad”, etcétera, etcétera, etcétera. ¿Y si resulta que no es así?, si resulta que al mirar las consecuencias de estas creencias te das cuenta que has hecho de tu vida una rutina aburrida, reiterativa, una existencia complicada por mil cosas que aguardan irresolutas a tu espalda, que te has prohibido tantas cosas, porque a esta altura de tu vida eso ya no se usa, y que ya no te puedes negar a tantas obligaciones serias, que lo que la gente espera de ti es tu actitud madura…

Pues bien, ya está bueno, entre los sellos del Calendario Maya está este Mono Azul, el cual viene por estos trece días a movernos el piso, a perdernos las cosas, a hacernos jugarretas contrariantes, a revolvernos nuestro consabido orden, a sacar conclusiones mágicas de un apresuramiento chistoso, a resolver lo que no se había podido resolver nunca, y sin resolverlo, agarrándolo para el chiste, resolviéndolo con un pase mágico. Ya está bueno de caballeros y señoras grises, el mundo está lleno de colores y todos tenemos esos colores adentro, dejémoslos salir en estos días, deja que la vida fluya con la magia singular de este Mono Azul que se mueve justo al centro de lo humano y de lo animal más puro, vamos a recuperar a nuestro niño y nuestra niña interna, vuelve a alucinarte, por favor, detrás de una mariposa, no importa que no sea technicolor, vuelve a creer que con un puñado de tierra puedes hacer una montaña o que puedes trasladar el océano con un balde verde, habla con los peces , o con los pájaros canta, piensa que sí puedes volar y cuando surja alguna cosa grave, pesada, gruesa y regordetamente seria, hazle un chiste, lánzale una esfera de luz y transfórmala en algo maravilloso, ahora es un buen tiempo para esto
 
Una vez una amiga estaba haciendo una meditación y vio como aparecían los maestros entre los meditadores, para sorpresa de ella todos eran payasos, colorinches, gesticuladores y chistosos, eran arlequines con sus rostros maquillados en desorden, ella se asustó, pensó: ¿a quién llamé?, al término de la meditación preguntó a sus maestros, quiénes eran esos invitados y ellos le dijeron: éramos nosotros y vinimos así para que entiendas que no tiene por qué ser todo tan serio, que el cielo es una fiesta, que está lleno de niños jugando y que el sonido que abunda son risas, risas, profundas y tintineantes risas que sanan el alma y la vida, más que las profundas reflexiones o los intrincados procedimientos para llegar al éxtasis, mientras menos complicado, mejor, mientras más entretenido, mejor todavía y mientras más abiertos los ojos, más lindo y mientras más puro el corazón, más hermanos.


DRAGON RESONANTE ROJO


domingo, 22 de marzo de 2009

miércoles, 18 de marzo de 2009

Independencia emocional

Independencia emocional
Por Paulo Coelho


«Al principio de nuestra vida, y una vez más cuando envejecemos, nos hacen falta la ayuda y el cariño de los demás. Desgraciadamente, entre estos dos periodos de nuestra vida, durante el tiempo en el que somos fuertes y capaces de cuidar de nosotros mismos, descuidamos el valioso cultivo del cariño y de la compasión. Puesto que nuestra propia vida comienza y termina con necesidad de afecto, ¿no sería mejor que practicásemos la compasión y el amor hacia los demás mientras somos fuertes y capaces?»

La cita es del actual Dalai Lama. Es verdaderamente curioso observar cómo nos enorgullecemos de nuestra independencia emocional. Aunque, claro está, tal cosa sea muy cuestionable: seguimos necesitando a los demás durante toda nuestra existencia, sólo que resulta “vergonzoso” demostrarlo, y entonces preferimos llorar ocultamente. Y si alguien nos pide ayuda, es que se trata de un sujeto débil, de alguien incapaz de controlar sus sentimientos.

Hay una ley no escrita que dice que “el mundo es de los fuertes”, y que “sobrevive apenas el más apto”. Si esto fuese cierto, la especie humana no habría podido subsistir, pues sus individuos necesitan protección durante un largo periodo de tiempo (los especialistas dicen que apenas podemos valernos por nosotros mismos después de los nueve años de edad, mientras que una jirafa lo consigue en ocho meses como máximo, y una abeja alcanza su independencia en menos de cinco minutos).

Estamos en este mundo. Por lo que a mí respecta, yo sigo – y seguiré siempre – dependiendo de los demás. Dependo de mi mujer, de mis amigos, de mis editores. Dependo incluso de mis enemigos, que me ayudan a permanecer siempre adiestrado en el uso de la espada.
Desde luego, hay momentos en los que este fuego avanza en otra dirección, pero yo nunca dejo de preguntarme: ¿Dónde están los otros? ¿Acaso me aislé demasiado? Como a cualquier persona sana, también me hace falta la soledad, el tiempo de la reflexión.

Pero esto no debe convertirse en un vicio.

La independencia emocional no conduce absolutamente a ninguna parte – a no ser a una pretendida fortaleza, cuyo único e inútil objetivo es impresionar a los demás.
La dependencia emocional, por su parte, es como una hoguera que encendiéramos.
Al principio, las relaciones son difíciles. De la misma manera, con el fuego hay que conformarse primero con el desagradable humo, que dificulta la respiración y arranca las lágrimas. Sin embargo, una vez encendido el fuego, el humo desaparece, y las llamas lo iluminan todo, transmitiendo calor, calma, y, de cuando en cuando, haciendo saltar alguna brasa que nos quema, pero que también anima nuestra relación. ¿No están de acuerdo?

Esta columna empezaba con una cita de un premio Nobel de la Paz defendiendo la importancia de las relaciones humanas. Concluyo ahora con unas palabras del profesor Albert Schweitzer, médico e misionero, que recibió el mismo premio Nobel en 1952:

«Todos hemos oído hablar de una dolencia de África Central conocida como enfermedad del sueño. Lo que tenemos que saber es que existe una enfermedad muy similar que ataca al alma, y que es muy peligrosa, porque se desarrolla sin ser detectada. Al notar el menor síntoma de indiferencia y de falta de entusiasmo ante los demás, hay que hacer saltar las alarmas.

»La única manera de prevenirse contra esta enfermedad es entender que el alma sufre, y mucho, cuando la obligamos a vivir superficialmente. Al alma le gustan las cosas bellas y profundas».

Estas reflexiones de Paulo Coelho me han llegado de forma profunda y especial, ya que me cuesta horrores pedir ayuda y mostrar mi vulnerabilidad y mi necesidad de los demás. Creo que parte de los problemas del mundo es la impresionante individualidad que corre por en el interior de todos nosotros, especialmente en lo que llamamos "mundo civilizado". Parece que ser civilizado es ser individualista y compartir, participar, como lo hacen aún algunas tribus de nuestro planeta azul, es ser incivilizados.
Empecé el año con la clara sensación de que mi tendencia para el 2009 era ir abandonando mi tan querida individualidad y aprender a compartir, a darme cuenta de todo lo que los demás me están dando, regalando, aportando y a mi ves, compartir y compartirme. Y así está siendo, cada día un pasito más.
Es una gozada...lo estoy disfrutando mucho y cada día descubro cosas nuevas, cosas que estaban ante mis ojos y que yo no veía. Siento más que nunca el car´ño y el amor de los míos, tanto de mi familia como de los amigos que tengo cerca.

Pero.... no estoy totalmente de acuerdo con lo que dice Paulo Coelho, ya que hay un punto medio y hay gente para todo. Hay personas que, de forma inconsciente esconden su necesidad de los demás y la esconden tanto que ni ellas mismas se enteran de que las necesitan. El darse cuenta de eso es primordial para estas personas y para ello es necesaria la consciencia de lo que está pasando en su interior y eso... no es nada fácil.

Y por otro lado están las personas que aparentemente no saben dar un paso sin la opinión de los demás, que son totalmente irresponsables y se columpian en la vida a la espera de que alguien las saque de cualquier situación en la que ellas solitas se han metido.

Estos dos ejemplos representan dos polaridades de lo mismo. Una por demasiado y la otra por demasiado poco.

No creo que sea sana la dependencia emocional, tampoco la independencia emocional. Más bien creo en la responsabilidad (no en las obligaciones) que no es más que la habilidad de encontrar respuestas y soluciones a mis necesidades (a las mías, no a las de los demás) y si la solución a mi necesidad está en los demás, es mi responsabilidad pedir ayuda y eso no es dependencia emocional, sino, repito RESPONSABILIDAD conmigo misma.

En todo caso, siguiendo el hilo de lo que dice Paulo Coelho, creo en la interdependencia emocional, en saber contar los unos con los otros, en practicar la autenticidad con nuestros sentimientos y emociones, expresándolos cuando yo decido expresarlos, asumiendo las consecuencias de mi decisión.

Nacemos dependientes y solemos morir dependientes.....nacemos solos y morimos solos... quizás la cuestión es aprender durante el resto de la vida a valernos por nosotros mismos contando con los demás para logarlo. ¿Hay una sutil diferencia, no?

Y como dice el Dalai Lama: ¿no sería mejor que practicásemos la compasión y el amor hacia los demás mientras somos fuertes y capaces?» Ahí sí, ahí el dalai Lama le ha dado de pleno.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Receta

Tres centros:
  1. Mente
  2. Corazón
  3. Instinto
  • Pregúntales a cada uno qué necesitan
  • Déjate sorprender por las respuestas
  • Respíralas

Recuérdalas de vez en cuando en tu día a día y siéntelas en tu cuerpo. Eso ayudará a que cuajen y liguen para obtener una alineacíon armónica de los 3 centros.

Saboréalo diariamente.

(Se desaconseja seriamente su mezcla con exigencia y impaciencia. Los efectos pueden resultar contrarios a los deseados.)

¡BUEN PROVECHO!