miércoles, 28 de diciembre de 2011

El ladrón que olvidó la Luna


EL LADRÓN QUE OLVIDÓ LA LUNA
 
Ryokan es uno de los poetas más venerados del Japón. Vivió entre la segunda mitad del siglo XVIII y el primer tercio del XIX. Cuando era muy joven conoció a Kokusen Roshi, el maestro Zen que le transmitió el Dharma, convirtiéndose en monje. Durante muchos años peregrinó por su nación, hasta que finalmente volvió a su aldea natal y en una pequeña choza abandonada en el Monte Kugami vivió en la pobreza y el desprendimiento, no por no poder acceder a riquezas, sino por apasionada vocación... Siempre sonriendo, nadie lo vio irritarse jamás. Solía ir a la aldea cercana a visitar amigos, beber sake con los granjeros y fundamentalmente a jugar con los niños. Lo hacía con tanto interés que se le iba el día en un suspiro. Practicó con esmero la mendicidad, la caligrafía y la indolencia. Uno de sus poemas comienza diciendo: "Demasiado perezoso para ser ambicioso, dejo que el mundo se cuide a sí mismo..."
Su poesía, es sencilla en cuanto a su estilo y presentación. Pero sutil, serena y chispeante a la vez. Como tantos maestros budistas, prefirió la brevedad expresiva a la grandiosidad del gesto. La flor es preferida a la espada, el pequeño pájaro de la montaña a las monedas de oro, el callado otoño con sus rojos, marrones y amarillos al aula académica. No hay doctrina ni adoctrinamiento en Ryokan. Ni prédica, ni enseñanza ni meta. Sólo testimonio y entrega a la vida, en su ímpetu y belleza: ¿"Porque hablar de la ilusión y la iluminación? Escuchando a la lluvia nocturna sobre el techo, me siento confortablemente, con las piernas extendidas..." Nada tiene, pero nada le falta. "escucho a los pájaros si quiero música, las nubes son mis mejores vecinos, abajo la pura primavera donde refresco cuerpo y mente, arriba los pinos y robles me proveen de sombra y madera, libre, tan libre, día tras día, que nunca quisiera irme de aquí..." Como nada espera, todo le llega: "El viento trae suficientes hojas, para encender un fuego.", escribe en este haiku que es la medida de su iluminación. Amigo del rocío y de la luna, del sol y del bambú, del arce y del viento, que son su verdadero sutra, a ellos se entrega, en uno de los gestos más bellos y profundos que hombre alguno haya podido describir: "Como una nube a la deriva, por nada atado, me dejo ir, abandonándome al capricho del viento..."
Porque para Ryokan el Universo es nuestro hogar, o más precisamente: "Si alguien pregunta por mi morada, yo respondo: "El borde este de la Vía Láctea" Y entre el cielo estrellado y la tierra que nos sostiene, se despliega el rumor del Samsara. Y el Samsara es el Nirvana. No hay lugar a donde ir, ni búsqueda que emprender. Sólo estar. Pues el mundo no es para él una dramática, pues se ha liberado de toda opresión. Tampoco es sufrimiento, pues se ha liberado de toda codicia y apego. Ni lucha, esfuerzo o competencia pues se ha liberado de la ambición. Ni guerra ni paz, pues se ha liberado de todo odio u esperanza. Ni una oportunidad para perpetuarse a sí mismo, pues se ha liberado de todo deseo de realización propia. El mundo es el lugar de la contemplación de la danza del Ser. En su canto, su melodía y en los arabescos que dibuja para aquel que lo sabe recibir. De allí que en su último poema, nos entregue lo que no le pertenece a él ni a nosotros: ¿"Cual será mi legado? Pájaros en la primavera; flores en el verano, las hojas carmesí de los arces en otoño."
Fue tanta su lucidez, su agudeza y la profundidad de su mirada, que pudo encontrar en algo que en nosotros despertaría dolor e ira, una inesperada reflexión. Un día al volver de una de sus habituales visitas a la aldea vecina, Ryokan sorprende a un ladrón que ha entrado en su choza. Ya está anocheciendo y la luna llena brinda generosa su luz. El monje, al ver que el ladrón no encuentra nada para llevar, toma el único almohadón que tiene y le dice: "Tome, llévelo, es lo único que tengo para darle aparte de mi vestimenta y mi tazón de comida." El ladrón sorprendido toma el almohadón que se le ofrece y huye. Entonces, Ryokan escribe un haiku: "El ladrón dejó tras de sí, a la luna en la ventana."
por Carlos Fleitas.
Mayo 2002.

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