miércoles, 24 de octubre de 2007

Insignificancias como la muerte

Domingo pasado murió una anciana de mi residencia. Ella era alguien especial, genio y figura. Cuando empecé a trabajar allí, A. se valía perfectamente por sí sola. Salía a pasear a la calle, iba a la peluquería, pequeñas cosas que le hacían sentir que era aún bastante autónoma, a pesar de su avanzada edad (93 años). Tenía mal genio. Cuando le llevábamos la contraria no dudaba en enviarnos al infierno sin miramientos, a pesar de lo cual era una mujer afectuosa.

Necesitaba sentirse necesitada y se ocupaba de otros ancianos en la resi más desvalidos que ella o con demencia. La dejábamos hacer hasta cierto punto, siempre que no entorpeciera nuestra labor profesional hacia los otros residentes. Mi presencia llegó a incomodarla mucho ya que empezó a darse cuenta de que no era tan necesaria como ella quería creer. Eso desembocó en una clara animadversión hacia mí. Cuando me veía, si intentaba acercarme a ella para saber cómo estaba o si necesitaba algo, con un gesto que no admitía dudas, me decía: chafardera!!! largo de aquí!!!

Durante un tiempo no hubo manera de que me aceptara ni de que participara en ninguna actividad. No recibía visitas casi nunca. Su querido marido había muerto años antes y no tenía hijos. Sus hermanos y sobrinos pasaban olímpicamente de ella, diciendo que tenía tan mal carácter que no había quién la aguantara.

Antes del verano se cayó y se rompió la cadera. En el hospital, la operaron. Una anestesia a esta edad acarrea casi inevitablemente una pérdida de las capacidades cognitivas.

Tuvo que estar un par de meses en un centro sociosanitario para intentar la recuperación de la
bipedestación y del caminar..... en vano.

A. regresó bastante demenciada y pareció que la edad se le había tirado encima de golpe, confinada a una silla de ruedas. Paradójicamente, la demencia la dulcificó. El día de su regreso, al entrar en la residencia, preguntó si el restaurante del hotel estaba bien porque sino se volvía al otro.

Había olvidado sus diferencias conmigo y me sentaba a ratos a su lado a charlar con ella. Le salió un sentido del humor que antes no tenía y me partía el pecho hablando con ella.

Un día estaba muy preocupada porque le habían dicho que su marido había muerto y ella no se acordaba. Aún conservaba cierta coherencia y lucidez, a ratos.

Otro día me dijo que se iría a dormir a casa de "aquellas mujeres" porque así no estaría sola, que era muy miedosa y prefería dormir con más gente. Le dije que se podía quedar aquí, que mucha gente se quedaba y que además la cuidaríamos. Con cara extrañada e interesada me dijo: ah si?? pues me lo pensaré!! Al cabo de un rato me dijo que se lo había pensado y... que se quedaba!!

Pobre A! Se iba a quedar de todas formas, pero al menos se quedaba con la impresión de que decidía ella.

Domingo pasado, por la tarde, tuvo una embolia y en 10 minutos se fué.

La noticia me sorprendió lunes por la mañana al llegar al trabajo. Más tarde, llegaron los de la funeraria con el ataúd, para vestirla y dejarla preparada para el funeral. Los acompañé a la habitación y la vi, ahí tendida, sin vida. Los hombres la desnudaron para ponerle la ropa que yo les traje: una braguitas, una camiseta, una blusa y una falda. No había medias y tuve la sensación de que tendría frío.

La imagen de esos hombres manejando su cuerpo me revolvió. Sentí pudor por ella y me di cuenta, más que nunca, de la inmensa desnudez que proporciona la muerte, de la vulnerabilidad del ser humano, de la indefensión que tenemos ante el inevitable final.

A. me ha dejado la visión y la certeza de lo insignificantes que somos ante la muerte, aunque en vida nos creamos la ostia y la voluntad de disfrutar intensamente mientras pueda, no con grandes cosas, no con grandes sueños, sino con lo real, por pequeño que parezca.

Dedicado a A.

10 comentarios:

tootels dijo...

joder anita... te envidio por el trabajo... pero estos momentos... al menos, lo que dices.. ella decidió...
descanse en paz.
Besos de desconsuelo.

Anónimo dijo...

Hoy por la mañana, mi hijo a querido bajar por las escaleras en lugar de ir en ascensor, aprovechando que mi hija mayor dormía en casa de una amiga. Cuando corría por delante de mí, bajando las escaleras a toda velocidad, me ha dado la sensación de que aquello no era real. No es la primera vez que me pasa y eso me da que pensar en el sentido que tiene la vida (es un extremo en la sensación de existir; el otro ( que también siento a menudo ) es el de sentir que formamos parte de una sola cosa. Sí, somos frágiles y fuertes a la vez.

Bito dijo...

Quizás la muerte nos devuelva la humildad de vida prestada, nos haga mucho más humanos... es una bonita forma de verla, quizás, aunque yo la siga odiando a rabiar.

Me gustó este post.

Miroslav Panciutti dijo...

Somos tan inseignificantes, sí ... Y sin embargo, por muy poquita cosa que seamos, eso ese poquito es también infinito, inmenso, porque, al fin y al cabo, es todo lo que hay. Un guiño imperceptible que no dura ni un instante: eso somos. Saquémosle todo el jugo posible a ese guiño. Te mando un beso con el deseo de que suavice tu tristeza.

Mariano Zurdo dijo...

Por eso hay que vivir cada día a lo bestia. Porque el día después podemos ser nada.
Besitos/azos.

Desesperada dijo...

tu trabajo debe tener momentos durísimos, como este, pero también otros enormemente gratificantes.

Montse dijo...

Tienes razón, nos creemos que somos el centro del universo, nos complicamos, nos hacemos daño, hacemos guerras, queremos ser más que los otros, somos superficiales, nos creemos invencibles, poderosos, y al fin y al cabo que somos?, sino una pequeña luz en medio del universo.
Esto nos tendría que hacer reflexionar para ser mejores personas, y valorar cada día que pasamos y como no pasarlo lo mejor posible.

JAL dijo...

Sólo nos falta ser conscientes de lo desnudos que también estamos en vida

Viguetana dijo...

Como dice JAL, a mí me duele todavía más la desnudez de la demencia senil o la provocada por enfermedades como el alzheimer...
Lo viví con mi abuela y reconozco que me puede.

UN PETONÀS, ANA, QUE JA HE TORNAT!
:)

A través del velo dijo...

Tootels:creo importante que las personas puedan decidir o sentir que deciden por sí mismas incluso en la vez o en la demencia. Eso es dignidad.

Jordi: somos muchas cosas a la vez y sí, frágiles y fuertes.

Bito: la muerte es la mejor lección de humildad, como tú dices...y a quién le gusta?? la cuestión es que existe y tenemos la vida para ir aceptándola poco a poco, ya que vamos sufriendo muchas pérdidas a lo largo de toda ella.

Miroslav: me gusta lo que dices. En cuanto a la tristeza...sí he sentido tristeza, la sigo sintiendo y la sentiré. Trabajar donde trabajo tiene esos momentos y también otros muy gratificantes... como la vida misma.

Mariano: cuánta razón! mañana podemos no ser nada, dejar de existir. A tope, a tope!!

Des: exacto. Los momentos duros, por otro lado, me ayudan a reconocer el dolor en mí y a ir aceptando que la vida se compone de dolor y también de placer y que vale la pena disfrutar mientras podamos en vez de quejarnos y ver sólo lo negativo.

Montse:nos creemos más de lo que somos o a veces menos de lo que somos. Cuesta encontrar el punto de equilibrio, la neura y el ego nos traicionan continuamente. Ser mejor personas, sí, desde el interior; mucha gente es buena persona de cara a la galería porque eso es "lo que hay que ser" y no porque lo sientan realmente.

Jal: Bienvenido a mi blog. Efectivamente, esa es, creo, asignatura pendiente para muchos. La desnudez en vida, la tapamos con posesiones, con apegos.

Viguetana: la desnudez de las demencias es terrible, te lo aseguro...y tú lo sabes por experiencia aunque a mí me sigue impresionando más la desnudez de la muerte.

Un beso a todos y gracias