viernes, 17 de agosto de 2007

VIAJE A MARRUECOS 4

El cuarto día me desperté muy temprano. Subí a fumarme un cigarrillo a la haima, sin haber comido nada, lo cual no es habitual en mí, más que nada porque normalmente lo primero que hago al levantarme es tomarme un café fumando el primer cigarro del día. Me tumbé entre los cojines y saboreé el silencio y la soledad, el día claro e incipiente, la ausencia de ruidos en la medina y en la casa. Todo el mundo dormía mientras yo respiraba todo eso. Sentí la necesidad de pasearme por las calles vacías de gente y de tiendas, ver otra Asilah, la Asilah dormida, la Asilah desierta. Salí y fui recorriendo las callejuelas hasta llegar a la puerta que me llevaba directamente al extramuros, a la avenida repleta de cafeterías, ignorando su habría alguna abierta. Mi sorpresa fue que, una vez fuera de la medina, se rompió el silencio y me invadió el bullicio del mercado, de los bares, de la gente. Había traspasado algo más que una puerta. Aquello era otro mundo. Paseé un rato por ahí y regresé al interior de la medina, con la sensación de haber vuelto al útero materno, protector, seguro, sereno, tras una incursión al mundo exterior.





Salí por otra puerta que nunca había visto y me encontré en la playa. Vi un chiringuito aparentemente abierto y pensé: guay! algo me podré tomar. Al acercarme al mostrador me di cuenta de que un hombre dormía encima de una nevera para bebidas. No, no estaba abierto.

Me senté en la finísima arena, miré el mar, escuché su susurro, cerré los ojos. De vez en cuando los abría para poder ver el océano. Me encanta el mar y necesito verlo, mirarlo, sentirlo.

Descalza, me acerqué al agua, caminé por la orilla, sintiendo la firmeza de la arena apelmazada bajo mis pies y las olas acercarse y alejarse jugando a mojarme o a no hacerlo.





Regresé a Dar Manara para desayunar.

Era un buen día para ir a la playa. Esperamos a que Said acabara de recoger todo lo del desayuno y nos fuimos con él a la playa de La Paloma, a media hora en carro de burro de Asilah, donde él tiene uno de los chiringos. Además de ser mucho más bonita que la de Asilah, había mucha menos gente. Nos dijeron que valía la pena que fuéramos.

Said llamó a un conocido suyo que tenía carro y nos subimos los tres, camino de la playa.




El trayecto fue... ¿cómo diría?... salteado. Nos teníamos que agarrar fuertemente a los bordes del carro para no salir despedidas en cualquier momento. Poco a poco fuimos encontrando el equilibrio entre tanto salto y saltito, cuando no arrancaba inesperadamente al galope y nos sorprendía despistadas admirando el paisaje. Hicimos varias paradas en las cuales Said compraba huevos y otros alimentos para su chiringo. Incluso tuvimos un pequeño incendio cuando empezó a salir humo del cartón de los huevos, suponemos que por una espurna del cigarrillo de nuestro chófer.

Atravesamos una zona con una especie de poblado de barracas. Said nos explicó que ahí vivía gente que había llegado, en su momento, de otras zonas de Marruecos y, al no tener vivienda, habían ido construyendo barracas. Actualmente la mayoría de esta gente trabaja y siguen viviendo ahí. El gobierno marroquí ha construido nuevas viviendas para alojarlos y derribar el poblado.




Hicimos parte del trayecto por carretera, los coches adelantándonos veloces, hasta que nos desviamos por un camino, ya en dirección directa al mar.

Finalmente llegamos a la recta final de nuestro trayecto y nos encontramos ante una vista maravillosa: la playa de La Paloma o de Las Cuevas como acostumbran a llamarla, la playa donde descansaríamos todo el día, entre sol y baños.


Una vez en la playa, Said nos instaló en unas tumbonas con parasol y mesita para cenicero y bebidas incluidos. Como buenas mediterráneas, no estamos acostumbradas a la gran distancia que hay para llegar hasta el agua.



Con camellos incluidos:

La gente se concentraba donde estaban los chiringos de comidas y bebidas, sin ningún tipo de aglomeración. El resto de la playa estaba prácticamente desierto.

Tomamos el sol y nos bañamos. Había un "vigilante de la playa" con un silbato y no dudaba en ejercer su autoridad cuando alguien se alejaba más de la cuenta. Las corrientes ahí son muy fuertes y yo misma pude comprobar lo difícil que era volver a la orilla en una ocasión que quise adentrarme para conseguir alcanzar la zona sin olas y poder nadar. Recibí un severo "pitido" que me hizo regresar ipso facto. Me di cuenta de que sirve de poco ser una buena nadadora cuando la fuerza del mar se hace sentir de aquella manera. En nuestro pequeño y cerrado Mediterráneo eso no ocurre!!

Disfruté como una chiquilla haciendo surf con mi cuerpo y las olas. Me hubiera quedado horas haciéndolo y el tiempo pasó volando. Comimos en el chiringo de Said un tajine de pescado, buenísimo, y sin darnos cuenta ya eran las 6 de la tarde, la hora en que habíamos quedado con el conductor del carro para regresar. Lástima, nos perdíamos la puesta de sol en esta maravillosa playa.... buena rázón para TENER que regresar a Marruecos en otra ocasión....


El camino de vuelta fue más rápido que el de ida. Al parecer nuestro chófer tenía prisa. Incluso adelantamos a un coche!!! Vaya velocidad!

Al llegar a Asilah decidimos que, si aún estaba abierto, era un buen día para ir al hammam y para allí nos fuimos. El hammam en Marruecos está dividido: uno para los hombres y otro para las mujeres. Cuesta sólo 1 euro y 3,5 más si se quiere un masaje. Entramos y nos encontramos en una sala con bancos y mujeres medio desnudas tumbadas en los bancos descansando. Había un mostrador y detrás unos casilleros, todo ello atendido por una mujer. Una vez allí, no sabíamos qué teníamos que hacer. Nos vieron tan perdidas que nos indicaron con gestos que nos sacáramos la ropa y nos quedamos en bragas... otra vez sin saber qué hacer. Nos indican una puerta, la traspasamos y nos encontramos en una sala llena de vapor, calor y mujeres en bragas. Era un recinto abaldosado en gris, todo él, las paredes y el suelo. Una pequeña entrada y a continuación tres grandes salas abovedadas. A medida que te adentras en cada una de las salas, hace más calor.

Seguíamos sin saber qué hacer. Las mujeres nos indicaron que necesitábamos un cubo, que teníamos que coger al pie del mostrador de la entrada. Volvimos a salir y nos adueñamos cada una de uno y volvimos a entrar. Una de las mujeres se puso a reir, diciéndonos que necesitábamos al menos dos cada una, pero sin muchas contemplaciones nos hizo entrar en la primera sala, tiró agua en un espacio vacío contra la pared y nos dijo que nos sentáramos. Llenó 4 cubos con agua de unos grifos situados en la pared mientras otra mujer se acercó a mí con una bolsa de plástico transparente. En su interior había una sustancia negra que luego supe que era un jabón muy oleoso, con el que primero me lavaron de pies a cabeza, frotándome con vigor y al mismo tiempo con mucha ternura. Al hacerlo no se andaba con rodeos y sus pechos rozaban partes de mi cuerpo al inclinarse ella hacia mí y lavar a fondo todos los rincones de mi piel.

Me lavó la cabeza con champú. Al acabar, cogió un guante de baño y me hizo un peeling desde la coronilla a la punta de los pies, mientras otra de ellas empezaba a enjabonar a Isa. Me salieron unos churretones de piel muerta que aún alucino. Nos enjuagaban a base de cubos de agua que nos tiraban por encima sin miramientos. Les debíamos hacer mucha gracia porque se reían y nosotras con ellas. Con Isa decíamos que desde que éramos pequeñas, nadie nos había vuelto a lavar de aquella manera. Era precioso y muy agradable sentirnos cuidadas por aquellas mujeres. Luego vino el masaje y para finalizar nos llevaron a la última sala, la de más calor y nos mojaron con agua caliente y fría alternativamente, siempre a golpe de cubos.

Isa se asustó un poco cuando vió como me frotaban la piel con la manopla ya que ella estaba roja como una gamba del sol. Las dos nos esforzamos por hacerles entender que no le hicieran el peeling, ya que la deshollarían viva. Sonrieron amablemente, parecieron entender perfectamente, lo cual no les impidió frotarla vigorosamente, pasando de nuestros comentarios. Teníamos la sensación de que pensaban: míralas!! muy occidentales y aparentemente fuertes e independientes y se asustan con un pequeño frotamiento de piel!!

Mientras nos cuidaban, nos preguntaron si teníamos hijos y nos decían ellas cuántos tenían. Establecimos una pequeña comunicación, se creó un vínculo, más a base de silencios que de palabras... la complicidad de las mujeres en un lugar de mujeres donde se cuidan mutuamente. Cuando salimos y nos vestimos, nuestras dos cuidadoras nos regalaron con una gran y dulce sonrisa y una ternura que nos ablandó, si cabe, más que todo lo que nos habían hecho corporalmente.

No pudimos hacer fotos. Las únicas que tenemos son las que registraron nuestros ojos, nuestra piel, nuestros sentidos y nuestras emociones y esas... sólo las puedo intentar transmitir con palabras y... no es fácil.

Es curioso como tenemos una imagen de la mujer marroquí más bien reprimida. En el hammam, la mujer marroquí es mucho más abierta y sin tabús que nosotras, las occidentales. Para ellas es primordial el contacto piel con piel y son mucho menos rígidas que nosotras. Se nota que están en su salsa y que disfrutan de estar juntas. Gozan de su cuerpo, sea como sea y están orgullosas de sus formas. Quizás me equivoque, pero creo que aceptan de buen grado su papel de cuidadoras de los hombres en sus familias y tienen mucho mejor asumida la maternidad y toda la feminidad que nosotras. Claro que hay una evolución en pos de su independencia y realización que se está desarrollando, pero quizás perderán esa capacidad de acogimiento, de abrazo, de cuidado, de ternura y de naturalidad que ahora las caracteriza y que, en buena parte, creo que la mujer occidental ha perdido al asumir un rol profesional. Ojalá se pueda llegar algún día a compaginar ambas funciones; ojalá la mujer occidental recuperara toda esa ternura tan femenina que ellas poseen, sin perder los derechos que ha conseguido.

Y de vuelta a Dar Manara, relajadas, felices, cansadas y sintiéndonos mimadas. Aquel día decidimos no cenar. Una sesión de haima, que no habíamos pisado en todo el día, y a dormir. El siguiente día iba a ser cansado: nos levantábamos temprano para hacer la única excursión a otra ciudad de Marruecos de toda nuestra estancia: Xauen.

Fin del cuarto día.

1 comentario:

Viguetana dijo...

¡Qué interesante esto del hammam de mujeres!
Y qué bellas fotos, Ana...